En la mente occidental, civilizado es un lugar o periodo que ha dejado de regirse por voluntades personales y por el orden religioso, adoptando argumentos formales y categorías abstractas, convenidas y pactadas.
La estructura del “deber” es distinta. El castigo al infrigimiento religioso es existencial, ontológico: dejar de ser, sufrir eternamente; pero la infracción del orden público es semejante al comercio: cuesta en tiempo, en dinero, en libertades, y suele ser negociable.
Para el Islam tradicionalista, la división entre los asuntos públicos y los privados es artificial y, sobre todo, corrupta: ¿cómo podría haber una ley que no sea sagrada; cómo, un ámbito separado, independizado de Dios, de Allah?
Su lógica es más directa, requiere menos argucias y parece más clara. La nuestra requiere varias premisas más, ninguna definitiva y, encima, son negociadas y ficticias: nos obligamos a creer, o fingir que creemos, en una igualdad jurídica, en unos derechos, en unas ciudadanías que borran todo rasgo de las personas que somos. A la noción de ciudadanía le importa un cuerno la circunstancia específica de nadie; es decir, justo aquello que Dios hizo y siempre ve. Desde luego, hay muchísimos musulmanes capaces de distinguir. Y no sólo de ahora: en el siglo XII, Saladino le dio una lección de política y tolerancia a Ricardo Corazón de León y al mundo occidental. Tanto, que Dante no pudo sino exentarlo del Infierno y hallarlo junto a Sócrates y otros no bautizados, pero excelentes en virtud, en un apartado decente.
Pero el fundamentalismo existe. Frente a él, las vías políticas occidentales (Israel es mucho más occidental que sus vecinos) parecen un acopio de argucias, hipocresía y traiciones.
Me torturaba una pregunta: si —y ya comienzo con un condicional—, si, digo, los espeluznantes terroristas de Hamas saben que la respuesta de Israel no puede ser sino excesivamente violenta, sumamente punitiva, ¿cómo diablos creen apoyar la causa palestina con actos imperdonables, cuya consecuencia van a sufrir los propios palestinos? Es un absurdo, un total despropósito.
Entre miles de noticias, reportajes, de pronto CNN traduce lo dicho por un habitante de Gaza: se dice “mártir”. Yo no había visto más que el horror de las víctimas: ciudadanos israelitas, habitantes de la ciudad de Gaza. Mi cabeza no da para mártires. Son dos órdenes distintos.
Los terroristas de Hamas no participan del orden político sino religioso: no puede existir un ámbito que no pertenezca a Allah. En su lógica, los judíos serán barridos de la existencia y los palestinos caídos, sépanlo o no, quiéranlo o no, serán mártires y, por eso, salvados.
En el Islam, shahid tiene una historia paralela a la de “mártir” en griego. Originalmente significa “testigo” y de ahí pasa a designar a quien sufre y muere por defender su fe. Como “testigo” está varias veces en el Corán, con un solo sura, o azora, el 22, que justifica el sesgo y pasa a los hadices que alargan el martirio, de testimonio a consagración:
(56) Ese día el dominio será de Allah que juzgará entre ellos. Los que hayan creído y llevado a cabo las acciones de bien estarán en los Jardines de la Delicia. (57) Y quienes hayan descreído y negado la verdad de Nuestros signos, ésos tendrán un castigo envilecedor. (58) Y los que hayan emigrado en el camino de Allah y luego los hayan matado o hayan muerto, Allah les dará una hermosa provisión… (60) Y quien devuelva una injusticia con otra semejante a la que se le hizo y luego se cometa algún abuso contra él, es cierto que Allah le ayudará.
No se puede comparar un mártir con una víctima. El mártir despacha la vida secundaria para ir a dar a la principal. Las víctimas lo son de modo involuntario. El terrorismo, el asesinato… son dobles: el terrorista asume que su víctima no será redimida por la deidad sino condenada. Aquí es un martirio de personas que ignoran ser mártires. Y la ejecución va antes de la sentencia. Hamas decidió por los palestinos, sin darles oportunidad de elegir: serán mártires por una fe interpósita, utilizados por mentes perversas, pero convencidas de su santidad. No importa qué palabras usemos (integrismo, fanatismo, monomanía), no hay modo de interpelar, de discutir, nada. No es que uno u otro no entiendan; es que entender no es posible.
Parece imposible, pero sería imperativo reanudar las prácticas políticas y los acuerdos reacios, pero andantes, entre Arabia Saudita, Israel, Egipto y el metiche necesario de los Estados Unidos.
AQ