A los 91 años de edad, Miguel León-Portilla pudo ver el estreno de su única obra de teatro, La huida de Quetzalcóatl, bajo la dirección de Mónica Raya, quien conoció al historiador en una reunión social. El coincidente interés de ambos en los mitos impulsó al también antropólogo a pedirle a la arquitecta que se hiciera responsable del montaje y, como estaba presente Enrique Graue, la idea cuajó como un proyecto especial del rector de la UNAM.
Raya aceptó el encargo para realizar un trabajo con el autor, quien por su parte se negó rotundamente, como lo externó, a una lectura en atril, o a un montaje conceptual, porque esperaba “la máxima espectacularidad”.
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Un proceso entrañable mediante el cual Miguel León-Portilla escuchó su propio texto “en la voz de gente inteligente, capaz de trabajarlo con el cuerpo y de transmitir el corazón filosófico de la historia de Quetzalcótal”, siguió a la parte performática, que requería saber cómo vestirían los personajes, para lo que dio a Raya la pauta de la estética a partir del Códice Borbónico.
Mucho más que una obra de teatro, La huida de Quetzalcóatl, un texto sobre el mito tolteca, que sonaba a cumbia, a música de Jorge Reyes y que para el montaje contó con videomapping y trozos de escarcha navideña, planteó la reflexión sobre la dignidad de los pueblos originarios, afirma Raya; la inquietud de rebelarse contra los modelos impuestos por otros que hablan de nosotros, y la rebeldía de don Miguel, que fue lo que más inspiró a la mujer en quien él confió para materializar la filosofía y subirla a un templete, porque la flor y el canto, subraya la directora, es escénico; no es literatura, es acción.
La casa de don Miguel y Chonita alojó amorosamente al equipo artístico que hizo su versión de un texto complejo para el que Mónica Raya decidió encarnar un dilema filosófico. Treinta funciones, 10 mil espectadores, un año de investigación documental, actores, acróbatas y bailarines, crearon la performatividad del mito en torno a Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, sacerdote y rey de Tula, sobre la conciencia de existir en el tiempo.
A Miguel León-Portilla, como dice Mónica Raya, le atormentaba la idea de morir, y, como su personaje, adorado rey de las artes, inventor de la cerámica y el algodón de colores, se preguntaba si era posible escapar del tiempo.
ÁSS