“No es posible amar y ser justo más que si se conoce el imperio de la fuerza y se sabe no respetarlo”, dice Simone Weil en el ensayo sobre “la Ilíada o el poema de la fuerza” (La fuente griega, Trotta, Madrid, 2005). Según Albert Camus, Simone Weil fue “el único gran espíritu de nuestro tiempo”. No hace falta otra suasoria para leerla. No sólo como filósofa, o pensadora política o ensayista literaria, sino por su expresión rara, como si descubriera en la sintaxis el modo en que una idea se vuelve verdadera. Léase de nuevo la primera oración citada: el verbo saber carga con la negación: “saber no respetar” como un solo sintagma... De otro modo, estaría diciendo mentiras o simplezas. Un poeta como Quevedo tiene otros recursos: “nadar sabe mi llama el agua fría/ y perder el respeto a ley severa”, pero Weil no es poeta sino obrera del sentido y la verdad.
Notable entonces que tenga el oído dispuesto del poeta y no la dureza de quien pepena palabras como si fueran utensilios. El ensayo sobre la Ilíada comienza dando de bruces con la portentosa capacidad de Homero para crear imágenes auditivas. Lo común es que la relatoría de imágenes despliegue seres dados a la vista, cosas que la imaginación vuelve visibles, pero Weil se conmueve con estos versos (Canto XI, 159-162): “los caballos/ haciendo resonar los carros vacíos por los caminos de la guerra,/ en duelo de sus conductores sin reproche. Ellos sobre la tierra/ yacían, de los buitres más queridos que de sus esposas”.
Simone Weil tradujo: “haciendo resonar los carros vacíos por los caminos de la guerra”. El verbo griego es krotalidzo, en inglés usan rattle. Quienes escuchaban aquellas versiones orales de la Ilíada con seguridad reconocían sonidos semejantes. Nosotros no, pero la imagen sonora sigue siendo directa: somos capaces de imaginar el sonido de un carro hecho a mano con maderas, bronce y hierro, armado con clavos y remaches primitivos, brea, lubricado con grasas animales. ¿Cómo era ese ruido? No sabemos y, sin embargo, lo escuchamos. Ni siquiera es necesario un esfuerzo consciente: el sonido surge como si se recordara: complejo, pero no construible; se puede analizar, pero no armar; surge armado y además imbuido de acción y movimiento: de tiempo.
Hay muchos versos en la Ilíada que hacen chocar escudos, espadas, relinchos, gritos, rugidos, gemidos. No hay sorpresa. Pero de pronto, el carro es igual: lo escuchamos con claridad; distinguimos incluso que su ruido es distinto del sonido que haría ese mismo carro con un auriga en control y erguido, cuyo peso corporal sofoca el traqueteo; sin el peso del guerrero, el carro hace un ruido diferente, y por el ruido sabemos —sin saber cómo— que el carro va vacío.
José Molina Ayala... nuestro querido José, siempre admiró la calidad homérica de las imágenes sonoras y nos lo hacía notar justo con ese verso y con otro, al inicio de la Ilíada. Agamemnón, cara de perro, amenaza y humilla a Crises: “que no te vea entre mis naves porque te mato. Lárgate. Y tu hija se queda, es mi botín y la estoy usando”. Crises se aleja en silencio. Lo que hubiera podido decir, gritar, sería nada junto al estruendo del “mar multibramante”. ¿Hay modo mejor de mostrar la impotencia, la rabia de no poder, que las pobres imprecaciones de un hombre frente al inmenso mar y su estruendo indiferente? Por más que Crises gritara... El mar multibramante es conocido, el oleaje que rompe nunca es igual y nunca distinto. Imaginarlo es también recordar una percepción que casi todos hemos tenido.
No se trata de la musicalidad, ni de la calidad sonora: se trata de generar la imagen completa de algo en el mundo refiriendo su sonoridad. Las imágenes visuales suelen quedar fuera del tiempo, cristalizadas. Homero añade otra dimensión: el mar, el carro, su recreación por el sonido no puede separarse del tiempo: sólo existen como imágenes en un curso o en la repetición de sucesos. Sólo mientras Crises camina y las olas lo silencian, sólo mientras los caballos arrastran los carros vacíos. ¿Cómo explicar la fuerza, la dynamis, si no es bajo el signo del tiempo y la acción; cómo, la impotencia y la injusticia? El sonido tiene esa característica de la presencia, del espacio, y el tiempo en movimiento. Las palabras escritas siguen siendo realidad sonora. Por eso escuchamos el mar y, abrumada, la ira de Crises; el carro sin su auriga; y a Simone Weil o a José Molina hablando de Homero.
AQ