Muchas moradas

Toscanadas | Nuestros columnistas

Hay niveles así en la tierra como en el cielo. No era lo mismo llegar al paraíso tras una vida de santidad, que entrar de panzazo, por extremaunción.

El cielo es un hotel que tiene desde suites presidenciales hasta alcobas de media estrella. (Foto: Lisanto | Unsplash)
David Toscana
Ciudad de México /

Juan 14:2 dice: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay”. Hace más de cuarenta años le pregunté a un cura del Opus Dei qué significaba tal cosa. Me explicó que allá arriba no había igualdad. Hay niveles así en la tierra como en el cielo. No era lo mismo llegar al paraíso tras una vida de santidad, que entrar de panzazo, por extremaunción.

“La mejor morada”, me dijo, “la ocupa nuestro señor Jesucristo, a la derecha del Padre”. Yo le pregunté que si Dios estaba en todas partes, ¿dónde quedaba su derecha?

Comprendí que el cielo era un hotel que tenía desde suites presidenciales hasta alcobas de media estrella; las más lujosas tienen sauna, room service, cava repleta de Château Christus y pantalla gigante que nunca puede apagarse y sólo transmite la imagen de Dios veinticuatro horas al día durante toda la eternidad. También hay hostales con cuartos como los de nuestro cuasi danés IMSS, con catres, suelos pringados y teles Telefunken en blanco y negro con la feliz transmisión diferida del mismo Dios.

No le pregunté a mi amigo del Opus si todas las moradas eran individuales, y en aquel tiempo quién habría tenido dudas sobre la cuota de género; mas, aceptada su explicación, hay que pensar que el cielo es como el hotel infinito de Hilbert, en el que cada muerto ha de desplazar hacia las habitaciones inferiores a quienes fueron menos santos que él.

Seguramente a Pedro nadie lo sacará del penthouse que ocupa desde hace dos mil años, pero a San Juan Pablo II lo han ido degradando de habitación y de piso según les llegan nuevas noticias de allá donde los mortales, y a estas alturas ocupa alguna covachuela del sótano; ahí extraña a su amigo Marcial y contempla un grafiti de Dios, que él llama Bóg.

Tampoco es que los santos tengan asegurado su sitio, pues no todos gozan de la misma popularidad con el paso del tiempo. Algunos suben su cotización, otros la bajan. San Homobono, como santo patrono de los sastres, tenía muchos seguidores antes de que la ropa se hiciera de úsese y tírese con mano de obra esclava en China, India y Pakistán. Como patrono de los campaneros, San Paulino de Nola también tiene cada día menos seguidores. Es natural que estos dos santos pierdan prestaciones.

Yo le rezo con mucha fe a San Francisco de Sales y voto por su ascenso de nivel, pero él no me escucha. Los banqueros le rezan a San Carlos Borromeo, y él les ha sabido recompensar; pues el cielo entiende de dineros desde siempre, sobre todo a partir de León X, el verdadero santo sin santidad de los banqueros. Entretanto, en México, siempre fiel, se coordinan esfuerzos para apoyar el ascenso de San Francisco de Asís, santo patrono de los pobres.

AQ

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