Mujer mirando por la ventana

Al margen

'Ales junto a la hoguera', de Jon Fosse, es una novela breve y triste, en la que todo sucede en la memoria, en las imágenes de un pasado que se vuelve siempre presente.

Portada de 'Ales junto a la hoguera', de Jon Fosse. (Literatura Random House)
Alma Gelover
Ciudad de México /

En la contraportada de Ales junto a la hoguera (Random House, 2024), del Nobel de Literatura Jon Fosse, se lee: “Sola en su vieja casa de la costa noruega, Signe mira por la ventana y se ve a sí misma veinte años atrás, quieta ante la misma ventana, mientras espera el regreso de su marido, Asle, durante una terrible tarde de finales de noviembre en la que él se subió a su bote de remos para no regresar”.

La novela, con ese estilo aparentemente coloquial de su autor, es breve y triste; en ella todo sucede en la memoria, en las imágenes de un pasado que va más allá de la propia vida de Signe para recorrer la historia familiar de Asle en un medio hostil y sin embargo fascinante, con sus noches prolongadas, sus vientos poderosos, su mar oscilando entre el sosiego y la furia intempestiva, y un frío inmisericorde durante el invierno que parece eterno.

Signe y Asle viven en una casa que ha pertenecido durante siglos a la familia de él; no tienen hijos y hablan poco, aunque se quieren. Él acostumbra salir cada día a navegar en su pequeño y frágil bote, sin importar el estado del tiempo. A veces, ella le pide que no salga, le dice que hace mucho viento o mucho frío, pero él se marcha prometiendo volver pronto, hasta que un martes de noviembre ya no regresa. Ella lo espera, lo busca, y en el transcurso del relato van surgiendo, entreverados, sin transición, episodios que viajan al pasado familiar de Asle mientras ella, Signe, sentada en una banca frente a la ventana, mira al horizonte esperando que él vuelva, aunque sabe que es imposible. Lo mira una y otra vez con la imaginación, incluso cuando era niño, mientras los años pasan y ella está cada vez más vieja y más sola.

La Ales del título es la tatarabuela de Asle, a ella le debe el nombre, un nombre que llevó también el nieto de Ales, que murió ahogado mientras se divertía en la playa con su barca de juguete el día que cumplía siete años, era su regalo. El narrador nos cuenta todo esto y nos lleva a un viaje sin retorno por la emoción y la tristeza, por el dolor profundo de la pérdida de los seres queridos, sin resbalar por la jabonosa pendiente del sentimentalismo.

Los dos Asle murieron en el mar, en noviembre, con sus pequeñas barcas destrozadas por las olas; el primero en 1897 y el segundo 82 años después, en 1979. Más allá de esto, lo que hace inolvidable la novela es la manera de hilvanar la historia, de viajar en círculos a través de las generaciones, de recorrer el tiempo en que se construyen la familia y el amor.

AQ

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