Mi madre me hizo el mayor regalo
de todos después de la vida:
con la música me donó
Para hacerme ese regalo fue necesario
que apareciera el piano en nuestras vidas.
(que en realidad era una pianola de 1900
convertida en piano, y que conservo hasta la fecha).
Mi madre lo tocaba todas las tardes
y yo me abismaba en su oscura caja de resonancia,
respirando el polvo acumulado por años
entre las cuerdas y los martinetes.
Podía pasar horas escuchando con deleite
las notas de las escalas en el prodigio
de aquel complicado mecanismo
que era capaz de producir
no solo semejantes sonidos,
sino aquel dulcísimo escalofrío
que me subía por la columna vertebral
y que los seres humanos,
a falta de mejor nombre, llamamos "Arte".
Pero más que cualquier acorde
o que el más elaborado arpegio,
más que la intensidad de un crescendo
o el transporte de la más bella melodía
de Bach, de Beethoven o Brahms…
Lo que más me conmovía era la estela
de ese último acorde: el eco de esa última nota
que se extendía más allá del piano…
la casa… mi madre… la música.
Una verdad… un estremecimiento interior
que ascendía en la noche de mis sentidos
como el incienso en una catedral
de teclas blancas y negras,
hasta desembocar en la plenitud
jubilosa del silencio.
AQ