“Nacida sombra”, un cuento de Alejandro Arras

Ficción

Laberinto adelanta un relato de Perfil del viento (Ediciones Sin Nombre), libro que comienza a circular en el país y con el cual su autor se inserta en la tradición de cuentistas mexicanos como Francisco Tario y Amparo Dávila, entre

"La luna cubría por completo al sol, se sentía dentro de un pozo cerrado". (Foto: Jordon Conner | Unsplash)
Laberinto
Ciudad de México /

Para David Huerta

Allá abajo la ciudad ha perdido sus contornos; las gentes son sombras que se deslizan con apresuramiento.

Genaro estrada


El cielo inauguraba su espectáculo. Recorrió lentamente el horizonte con la vista. Giró el cuerpo y al concluir sintió un mareo que se convirtió en extraño goce. Presagio de que acontecería. El sol aún atravesaba los signos del aire. El Valle de Anáhuac con sus calzadas y acequias. Los volcanes, el campo, los árboles, las torres de la catedral. El Ajusco que visto desde allí lucía como último contrafuerte. Hilos de humo por aquí, por allá. Las aves anunciaban una prematura caída del sol.

Don Carlos se hallaba a solas en la azotea del Hospital del Amor de Dios donde servía de capellán mayor y tenía sus aposentos. Su mano pasaba y repasaba los botones de su sotana. Eran las ocho y tres cuartos de la mañana. La luz, arrullada, atenuó. Un pincel invisible intensificaba el sosiego, los azules. Comenzó a oscurecerse. Perros aullando, gallos cantando otra vez. La noche regresaba como si se le hubiera olvidado algo.

Examinaba el cielo con un lente de larga vista y un cuadrante. Agradecía a Dios poder presenciar aquel maravilloso eclipse, pero asimismo había gritos, galopes, aves aladas, la muchedumbre corriendo desquiciada. El lloriqueo de bebés, de niños, de hombres, de mujeres. Quedaba un poco de luz. Las campanas resonaban destartaladas. Rezos a destiempo llegaban traídos por vientos fríos.

La luna cubría por completo al sol, se sentía dentro de un pozo cerrado, pero también se figuraba estar ante una cuna donde el sol dormía. Las estrellas y los planetas se apreciaban de forma inaudita. Don Carlos estudiaba las llamaradas en los bordes de ese enorme ojo que, altivo, acechaba a la gran ciudad de la Nueva España. Podría morir en este instante y moriría con alegría, dijo apenas moviendo los labios.

Un criado subió a la azotea. Hablaba a prisa, con el rostro palidísimo. Todos están vueltos locos, no paraba de señalar. Le pedimos por favor que venga a ayudarnos, rogaba angustiado, a lo que el capellán mayor respondió que atendería esos asuntos en unos minutos. Sin perder tiempo despachó al criado, molesto por la interrupción, y sintió compasión hacia las supersticiones que el muchachito manifestó sobre siete ángeles en el cielo y la relación del bellísimo acontecimiento con las recientes inundaciones y motines.

Se asomó a los bordes del techo acomodándose sus otros ordinarios anteojos. Reinaba el pánico en las calles. El repique de campanarios. Dos limosneros peleaban ensangrentados. Otros hombres no cesaban de golpear la puerta de un zaguán. Era tal el alboroto que las mujeres y muchachos desampararon sus puestos de frutas, verduras y otras menudencias por entrar a toda carrera al interior de las iglesias. La luna y el sol formaban una uña roja, cual metal ardiente. Las campanas no se detenían. Más rezos se sumaban al coro.

La obscuridad se alejó. Las vendas de las sombras se dispersaron. El día volvió y la luz escribió blanco. Quietud revuelta tras el movimiento. Espacio puro, místico. Una cantidad de sentimientos que no hallaban palabras precisas.

Don Carlos de Sigüenza y Góngora recorrió de nuevo el horizonte. Súbitamente, se hincó con la cabeza caída. Sus anteojos cayeron al suelo. Cerró los ojos en extremo alegre, suspiró profundo. Dio las gracias a Dios, una vez más. Y, por un momento, pensó en los amantes que permanecieron en sus lechos. En los borrachos que aún dormían, en todos aquellos que no lo presenciaron.

Ciudad de México, 1691

Alejandro Arras


Escritor y editor. Fundador y director de Ediciones Moledro. Ha publicado en la Revista de la Universidad de México, La Jornada Semanal, Confabulario, El Cultural, Punto de partida, entre otros suplementos y revistas literarias.

AQ

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