¡Queremos tanto a Nélida!

Café Madrid

“Soy una octogenaria, he sido muy andariega y los médicos ya no tienen una solución”, se lamenta, pero el entusiasmo de esta escritora brasileña sigue intacto.

Nélida Piñón, escritora y periodista brasileña. (Cortesía: Centro de Estudios Brasileños)
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

Adoro la sonrisa y los abrazos de Nélida Piñón. Admiro sus ganas de vivir, su energía creativa, su sabiduría, libertad e independencia. Me fascina su prosa llena de un ritmo cadencioso, que me envuelve siempre, incluso cuando, por algunos momentos, se torna barroca y sentimental. Me gusta escucharla, con su acento carioca y sus ojos apretados. Y hasta me encanta cuando me reprende por no haber leído los libros o escuchado la música de tal o cual clásico: “Vitiño, si quieres entrar en estado de gracia, lee a los griegos o escucha Bach y a Schubert. ¡Es muy importante, no lo olvides! Yo estoy loca por Homero y por Wagner. ¿Y tú?”

Aspiro (ingenuo de mí) a que algún día pueda llegar a mirar como ella, a tomarle el pulso a las palabras como ella y a dominar las subordinadas y la puntuación como ella. Quisiera, sobre todo, saber tomar distancia, darme el tiempo suficiente y ser muy despiadado para corregir un texto como lo hace ella: “hay que esforzarse para sacar el rostro auténtico de cada frase. Yo tacho y corto y corrijo mucho. ¡Mucho! Mira, de La república de los sueños, por ejemplo, una novela de 700 páginas, hice siete versiones antes de publicarla. Es que a mí me encanta lograr un equilibrio entre las frases cortas y las frases largas. Porque así se producen pausas respiratorias que hacen más disfrutable la lectura”.

Hace varios años, en México, cuando subí a la suite del Hotel Sheraton, frente al hemiciclo a Juárez, donde se hospedaba como la gran señora de las letras que es, me encontré a una Nélida absorta, mirando buena parte de la ciudad a través de la ventana, reflexionando en lo que había atestiguado hacía un rato. Me dijo: “he ido a la Basílica de Guadalupe y he visto la manifestación de amor más grande del mundo: dos mujeres entraron al templo de rodillas, con los ojos clavados en la imagen de la virgen, rezando o comunicándose con ella, sin dejar de avanzar y... tan solo de verlas, ¡me he conmovido tanto!”

La escritora brasileña Nélida Piñón. (Archivo)

Nélida es la persona más sensible que conozco. Pero también es muy divertida. Cuenta anécdotas hilarantes (por ejemplo: frente a María Callas, “gorda y con gafas”, o al lado de Borges, “que era muy de derecha y peleón”, o de Carmen Balcells, “amiga del alma y dueña de un temperamento bravío”, o junto a Manuel Puig, “que se vestía de Marlene Dietrich y la imitaba divinamente”) y es una gran aficionada a las películas de aventuras y a los westerns americanos. “Me fascina la soledad del Oeste. Esos hombres grandes, mascando pedacitos de carne seca y apagando el fuego con el café viejo son totales”, dice entre carcajadas. Hasta hace poco, en su casa de Río de Janeiro, vivía con ella un perro enano y coqueto, llamado Gravetinho (Astillita), que le daba lecciones de humanidad. “Me despertó cuestiones morales relativas a los animales. Y descubrí que la sensibilidad de un perrito, pequeñito, es capaz de desafiarme. Me pareció que era de una gran naturaleza humana. Porque sus reacciones eran propias de la gran humanidad, pero también de sus perversiones. Lo tomaba en mis brazos, lo llevaba a ver la laguna que está frente a mi casa y le decía: mira el mundo, travieso, mira el mundo. Y él miraba para un lado y para el otro y luego me veía a mí, con mucho agradecimiento”.

Esta Sherezada brasileira que, ya lo ven, me tiene rendido a sus pies y de la que, cuando hablamos de ella entre amigos y conocidos, siempre acabamos diciendo “¡queremos tanto a Nélida!”, ha venido a España por enésima vez con un libro bajo el brazo. Se llama Una furtiva lágrima (Alfaguara), como la canción interpretada por Pavarotti, y está hecho de retazos de sus diarios y reflexiones. En realidad, parece una continuación del Libro de las horas, donde también hay memoria y reflexión sobre la muerte, el amor, la desilusión y la historia del pensamiento.

Hacía tiempo que a Nélida le fallaba un oído. Ahora, además, los ojos. “Soy una octogenaria, querido. Y he sido muy andariega”, se justifica empuñando el mango de plata del elegante bastón con el que se ayuda a caminar. Así que ya casi no ve, “y los médicos no tienen una solución”, pero su entusiasmo sigue intacto. Hace unos meses contrató a una persona para que le lea y también compró dos grandes pantallas para su computadora. Porque sigue escribiendo y ahora mismo tiene el firme propósito de entregar pronto una novela sobre la grandeza del Portugal decimonónico.

RP/ÁSS

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