Nieve y oscuridad

Desde el desierto

El pueblo Ndé Lipán Apache fue y es belleza —antes de la llegada de occidente— en su lengua, en su cosmogonía, en los pasajes amados que sus cuerpos nómadas conocen bien.

'Ring of fire'. (Alfredo De Stefano)
Mercedes Luna Fuentes
Ciudad de México /

A Cristina Pacheco, a su palabra: jardín de todos. Donde, arrodillados, sembramos gracias a ella.

Hundirse a voluntad, no solo en el agua: en el color. Qué es el gris sino la elegancia del cielo en invierno. Su acero penetra el respirar helado. Qué es el gris sino tus manos inmersas en el latido de la espera, mientras la nieve cae sobre el cuerpo. Qué es sino la palabra que resguarda su significado único —aferrándose a él— y se esconde en la inmersión por estrategia. El gris es la pregunta que inclinará su rostro, dependiendo del suceso, hacia una de las dos almas/colores que posee y lo componen: el ying y el yang. Ambas esencias besan su propia unión y, desde la individualidad irrestricta, decidirán fundirse en algún momento. O puede ser que el blanco abandone y lo oscuro permanezca originando el espacio donde se formará el lenguaje, sinfonía que resuena en el cuerpo. La página huye para dar paso al misterio.

En el invierno la nieve en las montañas enceguece a pumas y a ojos desorientados, sus lejanas bandadas de pájaros manchan / el fondo bruñido de pálido gris. // El sol como un vidrio redondo y opaco / con paso de enfermo camina al cenit, así es la mirada de Rubén Darío en los versos del poema “Sinfonía en gris mayor”. Quienes caminan cada día en la ciudad observan los cambios en las nubes, cómo el silencio helado las traslada y rodea, también, los resistentes tobillos que trabajan desde las cuatro de la mañana.

¿La nieve es profunda? ¿El avistamiento de la oscuridad en la pesadilla —de tan negra— nos inmoviliza? En ese dilucidar de la belleza y su balanza móvil y subjetiva, somos el peso que dictará su sesgo. Lo negro del incendio, antes de ser ceniza, lo blanco de la nieve, antes de ser reclamada por la tierra oscura, tienen una función: el blanco y lo negro es la separación, mas también es el imán, es la resistencia, la dualidad que permite el erotismo. Así lo cifró Pedro Antonio de Alarcón en su poema “Fuego y nieve”: Yo me acerco a tu nieve, y no tirito; /antes crece la furia de este infierno; /y hiélate a ti más mi fuego eterno, /y ni me apagas ¡ay! ni te derrito. // ¿Cómo encuentro calor donde no hay llama? ¿Cómo no da calor la llama mía? / ¿Cómo mi incendio tu esquivez no inflama? // ¿Cómo tu hielo mi pasión no enfría? / ¡Oh! ¿por qué no nos hizo el hado aleve, /o de fuego a los dos, o a ambos de nieve?

Entre el amor y la guerra —herencia desafortunada de la civilización—; la libertad y las fronteras impuestas; entre la duda: ahí linda el ser. Hacia dónde dirige las creencias, los ideales que eviten crímenes perpetrados por el fanatismo y la hueca superioridad. En el arte existe un espacio donde esto se muestra, ahí nos permitimos observar y analizar, maravillarnos o dolernos. Pablo Picasso con El Guernica expresa la desolación en gris, marcada por contornos negros y matices blancos. Plasmó en 1937 lo abominable de la Guerra Civil poco después de enterarse de los bombardeos sobre la villa vasca a través de imágenes difundidas en periódicos europeos. Las fotografías del espanto articularon las manos de Picasso otorgándole dolor y tristeza al color plomizo. Las denuncias ante los horrores usualmente surgen de artistas e individualidades realmente libres. Dejan al margen la simulación, la tibieza. El color gris también define lo abstracto que posee una impotencia descomunal y monstruosa que nos arranca el aire.

Parte de la tierra del desierto —madre de la arena— se dice oscura. El contraste de su matiz se detecta al andar sobre ella, las piernas que regresan desde un extremo del frío continente —comprenden la nieve— la perciben: los Ndé Lipán Apache observan lo negro de las llanuras de Coahuila y Texas. Evocan su origen dual, la blancura cayendo sobre las montañas de Colorado y la oscuridad del yermo. Gracias a la memoria heredada compuesta por esos dos signos visuales —su combinación—, definió, a través de la contemplación, su color: el gris reluciente. Reconocen así sus dos mundos naturales, su deambular en ellos; pátina que envuelve sus cantos. Desde entonces, Lipán quiere decir gris. Ndé, gente.

'Aurora boreal'. (Alfredo De Stefano)

La poesía tiene sus ojos en ellos, o ¿renació en ellos?, al escucharlos nombrar la armonía de la dualidad que son. Seres que caminan entre los vivos y los muertos. Sus saberes fundieron los colores, asociando la derivación con la ceniza. El pueblo Ndé Lipán Apache fue y es belleza — antes de la llegada de occidente— en su lengua, en su cosmogonía, en los pasajes amados que sus cuerpos nómadas conocen bien. El cielo refleja un estado y la tierra nos une a ellos.

¿El cielo del invierno —de tan gris— es palpable? ¿La tierra fría —de tan herida— es etérea? El pueblo Ndé Lipán es contemplacionista, descifra y comprende el dolor. Es la belleza sobria del color plata resurgiendo del etnocidio, del racismo, con paz, con diálogo.

Al final, a la humanidad nos queda el paisaje, un santuario de múltiples lenguas que se presentan ante la mirada.

AQ

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