El tanque de oxígeno es lo primero que puede enfocar cuando vuelve en sí misma. A1 está en una cama, vestida como astronauta, se alimenta de O2 en una atmósfera surreal, y viaja entre semiestados de inconsciencia mientras que desde el cristal ve deslizarse figuras enjaezadas. Brotan por todas partes curvas y parábolas de las gráficas. Al lado de ella otro ser en otra cama abre los ojos al mundo: es Z1. Ninguno de los dos se da cuenta que el otro está ahí. Entre ellos se interponen decenas de cuerpos inánimes. En un tiempo paralizados, los pensamientos de A1 y Z1 flotan confundidos en la nada, pero no se cruzan. De esa cápsula son los únicos sobrevivientes. Aterrizaron aquí al mismo tiempo desde el mundo del hiperuranio y, sin embargo, todavía están muy lejos uno del otro. Es difícil saber quién será el primero en escuchar que el otro todavía late. No hablan aún el mismo idioma. La puerta se abre de repente y avanza con aire militar un ser con uniforme, dos, tres, cinco. Se acercan a los nichos, los cierran, los sellan, los levantan y se los llevan, alineados en procesión. En el interior, junto a A1 y Z1, permanece un único ser encerrado en una bata y una mirilla de cabeza.
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El uniforme mide los parámetros, emite sonidos y suministra dosis. Prescribe. Separa tubos y conecta cables sin tocarlos jamás. Se expresa con gestos antes de desaparecer una vez más. Las miradas de A1 y Z1 se detienen por un instante en esa figura antes de que cruce la puerta y se desvanezca en la nada.
Los dos, ya sin cables, se ríen, respiran cada uno por su parte, tosen. Y por fin se descubren. “¿Quién eres tú?” La pregunta da vueltas en el aire. “¿Quién soy yo?” Otra pregunta y luego otra. “¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Dónde estoy?” Partículas mutantes, virales, deambulan irreprimibles dentro de sus vísceras. Es en el borde del precipicio donde los dos se encuentran, frente a una ventana, cerrada por otro cristal que separa el interior del exterior. Más allá del vidrio exterior, en la calle, a un metro de distancia, se mueven formas en fila, y, con las caras cubiertas con máscaras, cuerpos blindados entran y salen de los automóviles, suben y bajan de las escaleras móviles. Más allá del vidrio interior desfilan, turnándose, seres amables cubiertos con viseras de protección facial. Visten guantes, cubrezapatos, los cuerpos son aislados con impermeables pesados. Los seres con uniformes entran, se acercan con cautela a los dos, hacen pruebas, obtienen muestras, desinfectan, miden, pero de repente se infectan, palpitan, e, invadidos de una fuerza oscura, caen. Ellos mueren. Los relojes se bloquean.
Oscuridad/ luz/ oscuridad, otra vez luz, los dos retroceden. Amarillo, azul, rojo. Recuerdos lejanos se encienden y se apagan intermitentemente al mismo tiempo que las luces de un enorme triángulo verde decorado. Es un árbol sin raíces, pegado a un enchufe. Hay una punta en la parte superior del triángulo, es un cometa. Mesas dispuestas, muérdago, regalos. Evocaciones de tiempos lejanos se cruzan.
Una mirada al cristal de afuera. Imperceptibles cristales de nieve comienzan a caer. Una mirada al cristal de adentro. ¿Existió alguna vez un tiempo libre de dolor y angustia? ¿Qué hay del otro lado? ¿Al otro lado de qué?
¿Qué hay dentro? ¿Dentro de qué?
“Rehenes de un virus”: un titular que se encuentra sobre un rollo de papel en una esquina les llama la atención: un periódico. Las neuronas se reactivan, alinean las letras, reconocen palabras. Rehenes de un virus, se repiten mientras buscan quién de ellos es el alienígena. Beben, se observan, se alejan. Cuando llega la noche, las calles se iluminan mientras A1 y Z1 se estudian entre sí en la oscuridad de su aislamiento. Ni adentro ni afuera. Su hora se acerca. Afuera ni voces ni rostros. Y adentro el vacío. Hasta el miedo desapareció.
Rehenes de un virus, todos. Todos infectados. Ya no hay un enemigo que derrotar. ¿Realmente todo está perdido? Un cartel colgado en una esquina marca un día: es Nochebuena. Se escucha el eco de las campanas. A1 y Z1 se observan, se acercan, se huelen uno a otro. Los dos ahora se rozan, se tocan, se desnudan, se besan, se fusionan. Antes de morir se aman y sólo entonces sucede el milagro. El deseo crece hasta que explota.
Centellas de luces inundan los campos magnéticos y la oscura maldad quema, brilla por todas partes y quema, se retira y se convierte en cenizas. Oscuridad/ luz/ oscuridad. Y de nuevo luz. Destellos de esperanza se esparcen por los cristales, entre las paredes asépticas, a lo largo de pasillos violáceos y de cuerpos inmóviles.
Es el amanecer de un nuevo día, las puertas se abren de par en par, las paredes caen, las distancias se reducen, hombres y mujeres se levantan. El niño que vendrá, el salvador, ya está en camino. Es el verdadero antídoto. El mundo pronto será libre.
En corto.Valentina Rizzi
Traducción del italiano: Verónica Nájera Martínez
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