No más abstrusiosidades

Bichos y parientes

"El mundo de las decisiones económicas en grandes corporativos y gobiernos se toman según esos instrumentos de no pensar llamados Power Point".

Los abstrusionistas y los hipnotizados del liderazgo creen a pie juntillas que la verdad se construye. (Foto: IE University)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Observo dos tendencias divergentes. Una, la del mundo académico, intelectual, high brow, que tiende a una escritura cada vez más oscurecida; otra muy distinta, incluso contraria, que se ocupa en quitar huesos y carne a la lengua y pensamiento para sustituirlos por dibujos y gráficas con que desearían hacer bonita una de esas cosas que llaman “Presentaciones en Power Point”. No es de risa: el mundo de las decisiones económicas en grandes corporativos y gobiernos se toman según tales instrumentos de no pensar.

Se entienden las causas. En el mundo académico, la comunicación se oscureció quizá irreparablemente. En las ciencias porque, desde hace poco más de un siglo, el avance viene montado sobre una serie de conocimientos previos, muy técnicos, que requerirían un montón de páginas para ser glosados; vaya, sólo para iniciados. En las humanidades es distinto. Diríamos que un académico vale porque sabe, pero el saber de las humanidades casi nunca se demuestra con hechos mensurables. Encima, si el saber es demótico y común, carece de valor especial. Queda esa tendencia a suponer que el saber valioso no es del dominio público sino exclusivo, con copyright y derechos autorales; un saber que colinda constantemente con el solipsismo: que no entiendan muchos, pero sí unos poquitos, y parcialmente, y que sólo yo tenga la patente. Una palabra inventada por Joyce: abstrusiosidades. Perfecta palabra. Horrorosa.

El universo Power Point donde se aglomeran ejecutivos, empleados y funcionarios, vive para la oportunidad, no para pensar sino para tomar decisiones y trepar en el embudo del éxito (si puede, lea un ensayo de Cyril Connolly, “El mirmecoleón”, o “La hormiga-león”). Poco importa si trabajan en políticas públicas, desodorantes o fabrican pan: las ideas quitan tiempo, pensar cansa y reflexionar es perder oportunidades y “liderazgo”. Palabra fetiche de nuestros días: lo compran, lo venden, lo codician como producto claramente escaso, pero asequible, como el anillo de Bilbo. Y todo esto, fabricando lemas, memes y mantras que agusanan la memoria.

Tanto los abstrusionistas como los hipnotizados del liderazgo creen a pie juntillas que la verdad se construye, pero los feligreses de la propaganda juran que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, como dijo un gran teórico del liderazgo. Muy al contrario de la ciencia clásica, que supuso siempre que la verdad es algo que se encuentra.

Son dos remolinos: uno traga lectores de abstrusiosidades y el otro vomita lemas. Hegemonías que se repelen: ¿dónde hacerse de ideas, lecturas, pensamiento, crítica, si no en la academia; cómo subir, ganar más, volverse importante, si no en el empleo o el gobierno? Por fortuna, la gran mayoría de nosotros vive en medio, entre todo tipo de trabajadores independientes, pequeños empresarios y prestadores de servicios. Algunos con doctorados, otros sin primaria; unos, ricos o talentosos o suertudos; otros, no. Pero todos a expensas de las políticas públicas que se alimentaban del oscurantismo o de la propaganda. La navegación civil era posible, siempre y cuando ambos extremos mantuvieran un equilibrio.

Para la gran muchedumbre sin hegemonía, el universo de lo abstruso era referencia y el mundo del empleo corporativo era un recurso: un contrapunto que deja de tener sentido si no está habitado en sus medios por individuos y grupos civiles. Cuando una de las dos partes anula a la otra viene la decadencia, no en los extremos que consumen los recursos públicos, sino en medio, donde se producen en su mayoría.

Teníamos muchas y viejas noticias, pero no el conocimiento directo de un líder que a la vez estuviera revelando y construyendo, no una verdad en sentido clásico, sino una pulsión patológica que se cree verdad: la bestia del liderazgo se tragó a la ostra oscurantista.

Incluso a sabiendas de que la verdad se comporta según se tase y que no podemos circunscribirla, el hecho es que ya no sólo la gran mayoría civil sino los antiguos abstrusionistas requieren el viejo modelo clásico que suponía a la verdad como un orden de símbolos que describe y sigue a los hechos. Y después de haber invertido tanto tiempo, crítica y esfuerzos en recursos para garantizar una objetividad conservadora, acá vamos a un nuevo liderazgo, hecho de lemas y despojado hasta de confusiones: adiós a las abstrusiosidades: el rigor en Conacyt, los análisis de Coneval, la medicina de punta e investigación, las instituciones culturales con ambiciones de cultura...

ÁSS

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