El mal oculta el mal | Reseña de 'Nuestra parte de noche'

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La autora argentina Mariana Enríquez, ganadora del Premio Herralde de Novela, conjuga el terror con una maestría en la escritura que se apodera del lector.

Mariana Enríquez, escritora y periodista argentina. (Foto: Marta Pérez | EFE)
Silvia Herrera
Ciudad de México /

Con Nuestra parte de noche (Anagrama, 2019), la escritora argentina Mariana Enríquez obtuvo el más reciente Premio Herralde de Novela. El hecho de que sea de terror y no haya provocado escándalo alguno entre “los defensores del canon”, como los llama la venezolana Michelle Roche Rodríguez, demuestra que la distinción entre géneros “menor” y “mayor” a estas alturas ya no tiene una relevancia crítica. Simplemente hay buena o mala literatura, y la obra de Enríquez cae en el primer caso.

Se ha señalado que la novela trata sobre la dictadura militar, pero si bien dicho aspecto de la historia argentina se halla presente, no es el asunto central. Una frase que expresa un personaje de la película Moebius (Gustavo Mosquera, 1996), también argentina, da pie para acercarse a Nuestra parte de noche: “¿Cómo se podría estar encantado de esta vida privada de atractivos, de ingenuidad y de espontaneidad? ¿Cómo no preferiría quedarme a vivir en las sombras si allá afuera hay un mar de sorderas que nos está arrastrando a ser irremediablemente desgraciados?”. Las sombras a las que se refiere el personaje son un tren del metro que se pierde eternamente en los túneles siguiendo el principio de la cinta descubierto por el matemático alemán que da título al filme.

En la novela de Enríquez también hay sombras, una secta regida por lo que llaman la Oscuridad. En la película las sombras no dejan de ser de algún modo protectoras aunque no otorguen la felicidad; en Nuestra parte de noche la otra realidad en la que viven los personajes es tan violenta como la realidad de nuestro mundo, que se diluye entre otros hechos que suceden en la misma época. Por ejemplo, un asesinato múltiple que comete en Inglaterra el hijo de una de las líderes de la secta en contra de otros miembros jóvenes de familias prominentes de la Orden: “Viajamos, como estaba previsto, a Cadaqués. En la hermosa casa de los Margarall seguimos la masacre de Cheyne Walk, que se mezcló con otras terribles matanzas de 1969. Eddie Mathers, Charles Manson, los Ángeles del Infierno, las bombas de Piazza Fontana, el artículo sobre My Lai”.

Quien cuenta este pasaje es Rosario, hija de una de las familias que encabezan la secta en Argentina. Ella terminará casada con Juan Petersen, un médium casi de su edad que pone en contacto a la orden con la Oscuridad. La pareja concibió un hijo, Gaspar, que parece ser heredó las cualidades de su padre; por ello se vuelve importante para la hermandad, dado que su padre padece una grave enfermedad del corazón y no quieren pasar por los problemas para conseguir otro médium. Rosario y Juan no quieren que su hijo sea utilizado y se enfrentarán con ella para evitarlo; Rosario pierde la vida en el intento.

La novela comienza con Juan y Gaspar preparándose para ir en auto a la casa de los padres de Rosario, tras su misteriosa muerte. En el camino se encuentran con santuarios de personajes a los que argentinos de la región les rinden culto. Uno de ellos es el de San Güesito, un niño al que unos borrachos violaron antes de matarlo y mutilarlo; su cabeza se usó para rituales. Otro es, algo que no dejará de sorprender al lector mexicano, el de San La Muerte. (Los especialistas han señalado que si en esencia la idea es la misma, el modo en que se realiza el culto es diferente; además, el santo argentino es más antiguo.)

El paralelismo que existe, señalado anteriormente, entre nuestra realidad, que adquiere la forma de estas creencias religiosas permitidas, y la otra, cuyo ritual de modo oculto practican los adoradores de la Oscuridad, ya desde las primeras páginas lo deja bosquejado Enríquez. En los primeros capítulos, lo que provoca que los prejuicios contra el género de terror se asomen, lugares comunes que las películas se han dedicado a popularizar sirven para ir caracterizando a los personajes. Así, una señal que hace que Juan advierta que Gaspar acaso haya heredado sus dones es que ve muertos, como el niño de Sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999); asimismo, cuando se detiene en la convivencia entre Gaspar y sus amigos se tiene la impresión de estar en una película de niños curiosos; igualmente hay comunicación telepática. La falsa impresión poco a poco desaparece y la maestría en la escritura de Enríquez se va apoderando del lector.

De acuerdo con los especialistas, una buena obra de ciencia ficción debe provocar un estado de extrañeza; las de terror, deben perturbarnos. Y eso lo consigue Nuestra parte de noche. Luego de que Enríquez, jugando con el lector, deja preparado todo (la puesta en marcha de Juan para proteger a su hijo; la evidencia de los poderes de Gaspar), comienza a hacerse evidente el dominio de su material, y a partir de ese momento sólo queda ir hasta el final. Otros personajes hacen su aparición: los aliados de Juan, Tali, hermanastra de Rosario, con quien Juan también tiene una relación, Stephen o Esteban, su amante masculino (su papel de médium, le permite una bisexualidad ritual) y Luis, su hermano, con quien Gaspar se quedará tras su muerte; por otro lado, están sus enemigos, representados especialmente por Mercedes, la madre de Rosario, y Florence, madre del joven que perpetró la matanza en Inglaterra, quien desde ese lugar preside la Orden.

La dictadura permea la novela en diferentes momentos; los asesinatos que cometió, permitían que la secta se mantuviera en el anonimato. Una mujer que había amenazado con denunciarla, luego de que su hijo perdiera un brazo en un ritual, terminó en el fondo del río Paraná: “Los crímenes de la dictadura eran muy útiles para la Orden, proveían de cuerpos, de coartadas y de corrientes de dolor y miedo, emociones que resultaban muy útiles para manipular”. El mal oculta el mal. En algún momento se puede llegar a pensar que la novela es una alegoría sobre la dictadura, pero no es así.

Si bien Juan y Rosario se enfrentaron a la Orden, no se trata de una lucha del bien contra el mal. A pesar de todos los esfuerzos para alejarlo de ella, el círculo se cierra en torno a Gaspar. Sí, heredó las cualidades de su padre y tiene el poder para acabar con aquélla, pero al final deberá tomar una decisión. Las circunstancias quedan abiertas.

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