En la India o con la India

Bichos y parientes

Fascinado por los debates filosóficos y culturales de Occidente, el periodista y escritor indio Ved Mehta se dio a la tarea de hacerlos suyos.

El escritor Ved Mehta. Nacido en la India en 1934, se desempeñó principalente en Estados Unidos. (Royal Society of Literature)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Mi amigo Raudel Ávila me recomendaba leer una entrevista a Martin Wolff: dice que Europa corre el riesgo de ser avasallada por las tres grandes potencias que conformarán al mundo en los próximos 30 años: Estados Unidos, China y la India. Es un orden raro de la hegemonía. Los tres monstruos dependen de sus desarrollos tecnológicos, que ya no son de industria material sino de software. La competencia de punta se da entre China y los Estados Unidos, pero la India está ahí porque, si no compite por la vanguardia, ha sido capaz de dar el soporte de la operación tecnológica. Esto supone dos cosas: niveles altos de educación y una disposición civilizatoria peculiar: la India no se cree el centro cultural ni ideológico del mundo; se asume como aprendiz hábil. A lo largo del siglo XX se reprodujo una escena; sobre todo en Reino Unido: el indio como tendero, restaurantero, pero sobre todo como médico y como matemático en las universidades. La élite que gobernaba en Nueva Delhi se había formado en Oxford.

Le recomendé a Raudel un libro: La mosca y el frasco, de Ved Mehta. Supuse que sería fácil hallarlo: es de la Colección Popular del Fondo de Cultura Económica y, como sabemos, el Fondo es… fue una editorial de enorme calidad, de la que no quedan sino retazos y, si ya no puede ni siquiera mantener a Alfonso Reyes en circulación, ni soñemos con otros libros que fueron valiosos. La mosca y el frasco no está disponible, ni en portales de libros usados. Debiera ser recuperado por alguna editorial viva.

Ved Mehta es un caso ejemplar para la supervivencia de la civilización occidental que, según los futurismos de muchos internacionalistas, va dejando de ser viable desde el mismo Occidente, a medida que Europa va dejando de ser interlocutora. Quizá sobreviva la cultura occidental porque la India se dio a la tarea de adquirirla, después de haber generado, desde la antigüedad, buena parte de la cultura mundial; por ejemplo, con los números que erróneamente llamamos arábigos. Mehta no es un politólogo sino un ensayista, que exhibe las mismas características con que los occidentales dibujaban al indio: la ingenuidad en el trato, una inteligencia solapada, un dominio perfecto del inglés, pero con un acento cómico.

La mosca y el frasco comienza con un joven hindú interesado en la filosofía y el debate intelectual, a raíz de un artículo y unas cartas cruzadas en periódicos: la polémica entre Ernest Gellner y Gilbert Ryle acerca de dos versiones distintas de la filosofía del lenguaje. Mehta se halló, a la vez, perdido y hechizado por dos cosas: la fascinación por lo que alcanzaba a columbrar del tema y que fuera posible debatir cosas así de profundas en los periódicos.

Y se fue a Oxford, a tocar puertas y hacer antesalas. Iba fascinado con aquella “batalla contra el embrujo de la inteligencia”: los filósofos analíticos luchaban entonces por una pulcritud intelectual que distinguiera conocimiento verdadero de las brumas verbosas de la “falsa filosofía”. De ahí el título del libro: la metáfora de Wittgenstein; la filosofía como una forma de mostrarle a una mosca (el intelecto humano) cómo salir del frasco (los enredos conceptuales causados por el mal uso del lenguaje). Armado de curiosidad y candidez, Mehta terminó entrevistando o reseñando a Gilbert Ryle, Richard Hare, Iris Murdoch, P.F. Strawson, A.J. Ayer, Stuart Hampshire, Bertrand Russell, Ernest Gellner. Eso, en el asunto filosófico, pero también se lanza a desbrozar el debate de la historiografía: Hugh Trevor-Roper, Arnold Toynbee, A.J.P. Taylor, Pieter Geyl, E.H. Carr, Lewis Namier, Isaiah Berlin, Karl Popper. De modo sutil, Mehta se da cuenta de que no hubiera sido posible para un británico promedio conseguir todas esas entrevistas; pudo porque él venía “de fuera”. Era indio, de Lahore, pero avecindado en Nueva York desde muy joven porque quedó ciego antes de cumplir cuatro años y su familia tenía los recursos para colocarlo en la mejor escuela para ciegos, que hallaron en Nueva York. De hecho, era tan neoyorkino que sus libros fueron publicándose por partes, casi todos, en The New Yorker. Creo que su mejor libro es La mosca y el frasco, pero espero los dos tomos de su autobiografía, que no he leído.

En fin, quede mi entusiasmo con el libro sabrosísimo de Ved Mehta, y quede mi curiosidad de futuribles: esa hipótesis, de rebuscado optimismo, con que la cultura occidental podrá morir en Occidente, pero renacería, si no en la India, con la India.

AQ / MCB

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