Hay ciertos días en que, a la hora del crepúsculo, los ojos se rebelan y consideran que la luz no merece extinguirse.
Los ciegos saben muy bien que, en la más cerrada oscuridad, al tacto le crecen ojos.
Despojada, vacía, esbelta, sin vestigios de nada, solo entonces la memoria es más tuya que nunca.
Entre fines de semana idénticos, la vejez afluye sigilosa pero contenta, es una piel marchita, un conjunto de facciones cansadas pero satisfechas que se alejan con alivio de aquello que creíamos o queríamos ser.
La evolución humana solo podría medirse por el progreso de su arrepentimiento.
Aun los profesionales de la tristeza ocultan entre sus ropas una anforita de alegría y la apuran en la noche del fin de semana, cuando nadie los mira.
Si los ojos no se orientan bien en la oscuridad es porque los corazones viven en el bosque equivocado.
Me gusta salir a la intemperie apenas con una vaga idea de mí mismo y que el paisaje veleidoso se encargue de recordarme quién soy en ese momento.
AQ