Octavio Paz: poesía y ciencia habrán de unirse

Mis días con los Nobel

El Nobel mexicano nos invitó a experimentar de manera estética nuevos conceptos de la luz, el tiempo y el espacio emanados del conocimiento científico.

Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura 1990. (Archivo)
Carlos Chimal
Ciudad de México /

El día en que ocurrió el deceso de Paz me encontraba en el poblado británico de Cambridge. Apesadumbrado, levanté el teléfono de la red interna de colegios y marqué la extensión del profesor George Steiner, con quien había platicado días antes acerca de las relaciones entre literatura, filosofía y ciencia. “Día triste como pocos”, me dijo, “un distinguido habitante de la casa de la mirada nos ha dejado”.

En la revista Vuelta de Octavio Paz pude llevar a cabo a lo largo de varios años un acercamiento al cuadrivio de la imaginación, constituido por la sorpresa literaria, la imaginación científica, la perseverancia tecnológica y la emoción artística. Eso me permitió conversar más de una vez con él sobre los vínculos, cruces y divergencias de la literatura entre las ideas y hallazgos de la ciencia.

Con el paso del tiempo me di cuenta de que su agudeza poética le permitía ofrecer una mirada minuciosa de los peldaños que conforman una cuasi invisible escalera del universo. Fue audaz cuando interpretó lo que sucedía en el cosmos y cómo éste ha evolucionado; sus propuestas poéticas son imágenes que iluminan los procesos mentales, los sueños del observador y los temores de los adelantados.

Según Steiner me dijo aquella mañana de abril, Paz se distingue entre los grandes poetas porque, parafraseando a Gilbert K. Chesterton, algunos de ellos, con toda su magnificencia literaria, seguirán conformándose con meter la cabeza en el cielo para enriquecer su poesía. Otros, por el contrario, más avezados e imaginativos, se atreverán a inundar de cielo su cabeza, sin importarles en cuántos colores termine descompuesta. Tal fue el caso de Paz.

Y no es que haya recurrido al truco elemental de mencionar en sus poemas matraces y ecuaciones, o pretender reproducir sucesos de la ciencia. Poemas como “La casa de la mirada”, escrito para el pintor surrealista chileno Roberto Matta, nos muestran el espíritu lúdico de un hombre curioso y la inteligencia de quien sabe reconocer el juego de contrarios y los contrastes entre lo subatómico y lo sideral.

Explorador de la palabra moderna, nos invitó a experimentar de una manera estética los nuevos conceptos de la luz, el tiempo y el espacio articulados por las ideas emanadas del conocimiento científico:

“Estás en la casa de la mirada, los espejos han escondido todos sus espectros,
     no hay nadie ni hay nada que ver, las cosas han abandonado sus cuerpos
     no son cosas, no son ideas: son disparos verdes, rojos, amarillos, azules,
     enjambres que giran y giran, espirales de legiones desencarnadas,
     torbellino de las formas que todavía no alcanzan su forma.”

Conociendo su seria afición por el pensamiento científico, podemos comprender mejor cómo a lo largo de estos versos dedicados a la expresión pictórica de Matta se permite trastocar el tejido espacio-temporal y jugar de manera deslumbrante con la luz. Las primeras líneas del poema dicen así:

“Caminas adentro de ti mismo y el tenue reflejo serpeante que te conduce
no es la última mirada de tus ojos al cerrarse ni es el sol tímido golpeando tus párpados:
es un arroyo secreto, no de agua sino de latidos: llamadas, respuestas, llamadas,
hilo de claridades entre las altas yerbas y las bestias agazapadas de la conciencia a oscuras.”

Mirar, observar, otear, percibir los cuerpos luminosos pintados de sombras propone el poeta en un diálogo que se perpetúa en el tiempo, extendiendo sus lazos hacia el universo y hacia el mundo de las partículas subatómicas. Como Steiner supo reconocer esa ocasión, no se trata de retruécanos apantallantes. Paz, además de las estrellas, era un apasionado de este mundo apenas visible; de hecho, llegó a entablar correspondencia con Steven Weinberg, premio Nobel por sus aportaciones al esclarecimiento de semejante realidad particular.

“Las emociones deben prevalecer al contemplar ese mundo apenas perceptible, interno”, me dijo Paz. Él me abrió las puertas de la casa de la mirada, me animó a seguir visitando los sitios donde se indaga el origen y destino de todas las cosas, esto es, los gigantescos telescopios y los enormes aceleradores de partículas.

“Tráiganos noticias de esos aquelarres que celebran tribus en su intento por develar la intimidad de la materia, donde nada se da por sentando y todo debe de ser probado mediante experimentos sofisticados”, sentenció Paz.

Lo externo define el sendero interior, aseguraba él, quien además de Steven Weinberg, mantuvo amistad con el explorador del cableado fisiológico que sustenta la mente humana, el también premio Nobel Gerald M. Edelman. La realidad que subyace, el surrealismo, está encarnada en pensamientos saturnianos transportados por Mercurio.

“…al entrar en ti mismo no sales del mundo, hay ríos y volcanes en tu cuerpo, planetas y hormigas,
en tu sangre navegan imperios, turbinas, bibliotecas, jardines,
también hay animales, plantas, seres de otros mundos, las galaxias circulan en tus neuronas,
al entrar en ti mismo entras en este mundo y en los otros mundos,
entras en lo que vio el astrónomo en su telescopio, el matemático en sus ecuaciones:
el desorden y la simetría, el accidente y las rimas, las duplicaciones y las mutaciones,
el mal de San Vito del átomo y sus partículas, las células reincidentes, las inscripciones estelares.”

Somos la bisagra que facilita el movimiento corpuscular, subatómico, cósmico. Más adelante, Paz especula acerca de nuestra posición en el universo, los desafíos fantásticos que enfrentamos ayer, hoy, y lo seguiremos haciendo mañana.

“La tierra es un hombre, dijiste, pero el hombre no es la tierra,
el hombre no es este mundo ni los otros mundos que hay en este mundo y en los otros,
el hombre es la boca que empaña el espejo de las semejanzas y dice sí,
el equilibrista vendado que baila sobre la cuerda floja de una sonrisa,
el espejo universal que refleja otro mundo al repetir a éste, el que transfigura lo que copia,
el hombre no es el que es, célula o dios, sino el que está siempre más allá…”

Paz insiste en la idea especular, pues en el fondo somos reflejo de la luz del Sol. Juega con la idea de la evolución más allá de las especies. Propone la poesía como el reducto final que, quizás, nos permita trascender.

“…los espacios fluyen y se despeñan bajo la mirada del tiempo petrificado,
las presencias son llamas, las llamas son tigres, los tigres se han vuelto olas,
cascada de transfiguraciones, cascada de repeticiones, trampas del tiempo:
hay que darle su ración de lumbre a la naturaleza hambrienta,
hay que agitar la sonaja de las rimas para engañar al tiempo y despertar al alma,
hay que plantar ojos en la plaza, hay que regar los parques con risa solar y lunar,
hay que aprender la tonada de Adán, el solo de la flauta del fémur,
hay que construir sobre este espacio inestable la casa de la mirada,
la casa de aire y de agua donde la música duerme, el fuego vela y pinta el poeta.”

Paz nos muestra cómo, querámoslo o no, en la práctica se ha disipado la idea neoromántica de que Gea (algunos la escriben “Gaia”, anglicismo que se refiere a la diosa de la Tierra entre los antiguos griegos) conduce la trama del espacio-tiempo humano. Desde que en 1950 se abandonó la rotación terrestre como medida del tiempo por el viaje de un haz de átomos de cesio, descubrimos que Gea no dirige nada y es parte de un mecanismo más bien impreciso; según otros, estamos frente a una adicta al diseño, incapaz de hacer otra cosa que repetir sus patrones hasta que el combustible se agote.

Según Paz, “el pensamiento teje y desteje la trama”, no Gea. El Sol es nuestra clepsidra, por lo que, mientras el helio fluya, antes que nada habrá poesía que leer y la de Octavio Paz será una de las que continúe alimentando de líquido vital el reloj sempiterno.

AQ

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