'Olinka', de Antonio Ortuño: una elegía por Guadalajara

A fuego lento

Antonio Ortuño se siente muy cómodo narrando la actualidad, que llega a nosotros con un estilo caudaloso, tan certero como imaginativo, escribe Roberto Pliego.

'Olinka' es una novela publicada por Seix Barral. (Cortesía: Planeta)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Tiene la consistencia de una venganza pero Olinka (libro de Antonio Ortuño publicado por Seix Barral) dirige también sus dardos en otras direcciones: la servidumbre elegida como privilegio, la sangre que yace bajo los tapetes que amueblan las casas de algunas familias poderosas, la reurbanización devastadora de Guadalajara, las rutas del dinero sucio. No vaya a creer el lector que estos intereses prometen una novela con ánimo de denuncia. No le esperan estandartes ni consignas, sino una fuerza invicta que enseña a mirar a los seres humanos como una pregunta que admite varias respuestas.

Qué nos dicen Aurelio Blanco, Carlos Flores, su hija Alicia, los protagonistas; o, mejor dicho, qué nos dice Ortuño a través de estos personajes a quienes vemos en sus momentos de mayor gloria y, en un pestañeo, tan ruinosos como la ciudad donde se amontonan los enormes rectángulos de cristal. Quizá, que no hay nada fiable bajo el sol —empezando por las utopías inmobiliarias y terminando por la palabra de un inversionista—; o que, a medida que progrese la era de la novedad a toda costa, los destructores que se hacen pasar por constructores serán la norma y no la excepción; o que no hay entidad mejor para la traición que la familia; o quizá todo esto a una vez.

Ortuño es un maestro del cambio de perspectiva, el sello de un novelista armado con un número asombroso de recursos (y la ironía se halla entre los más contundentes). Instala al lector en un cómodo sofá y a la hora siguiente lo arroja a un campo de espinas. Las primeras 80 páginas de Olinka muestran a Blanco dejando la cárcel tras quince años preso luego de tomar la culpa por un fraude financiero cometido por su suegro, el indiferente Carlos Robles. Quiere cobrar la parte de un trato amañado. Pero de ahí en adelante nuestras simpatías se van al traste y ya en la carrera descubrimos… Vamos, rectificamos, somos arrojados a un despeñadero, siempre de la mano de Ortuño, un supremo manipulador de las emociones: las de sus creaturas y las de sus lectores.

Antonio Ortuño se siente muy cómodo narrando la actualidad y esa actualidad llega hasta nosotros con un estilo caudaloso, tan certero como imaginativo. No solo ha sumado más desazón a nuestra existencia sino confirmado que las buenas novelas contienen varios significados. Olinka es caleidoscópica porque cuenta lo que hay detrás de las tragedias humanas.

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