Oración de Gloria Gervitz

Poesía en segundos

Gloria era un poco excéntrica y sicalíptica en sus apreciaciones de brotes y capullos, como si supiera que en ella misma había un retoño encendido y singular.

Gloria Gervitz, poeta y traductora mexicana. (Imagen: Archivo de la autora)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Por Manuel Ulacia, autor del hermoso poema Origami para un día de lluvia, conocí a Gloria Gervitz a principios de los años ochenta. Ella lo visitaba en su casa de Francisco Sosa y, en varias ocasiones, compartimos con él su afición de contar las arácnidas orquídeas tan obscenas que cultivaba en un pequeño invernadero.

Gloria era —en su corrección extrema— un poco excéntrica y sicalíptica en sus apreciaciones de brotes y capullos, como si supiera que en ella misma había un retoño encendido y singular. Conocíamos muy bien su poema Shajarit, publicado en 1979 en edición privada, que comienza precisamente con la alusión a una flor que le da una fuerte luz oblicua a su poema en el eterno retorno de la memoria, no lejos de Swan en la novela de Proust: “En las migraciones de los claveles rojos donde revientan cantos de aves picudas / y se pudren manzanas antes del desastre. / Ahí donde las mujeres se palpan los senos y se tocan el sexo”.

Unos años más tarde, nos volvimos a ver por la aparición, en 1990, de La sirena en el espejo, antología de nueva poesía mexicana. En ese momento, Gervitz había publicado dos libros más: Fragmentos de ventana y Yiskor, en firme consonancia con su indagación de la errancia del pueblo judío y de su propia familia. A quienes hicimos la selección nos volvió a producir sorpresa la búsqueda que ella realizaba con tanta intensidad y, a la vez, delicadeza: “Y ella vino desde Kiev / ramo de flores apretado contra el pecho / Vida para ser vivida en un tiempo más largo”.

Después, a principios de 1996, Gloria me buscó para proponerme la edición de lo que ya era, no la reunión de sus libros, sino la constante elaboración y reelaboración de un texto único de dimensiones limitadas, pero amplias —una memoria profunda en recreación, que debía durar toda la vida o mejor dicho toda la vida de Gloria. Publicamos Migraciones en un formato cuarto de oficio, que en un primer momento ella quería modificar, pero que después aprobó, gracias a la formación normada con el medianil y el uso de blancas. Así, el libro tuvo los silencios imprescindibles.

“Shajarit”, entrada de la larga composición, forma parte de los poemas mexicanos insoslayables escritos en la segunda parte del siglo xx y en lo que va de éste. Si enfocamos —por brevedad— la composición desde el punto de vista de las mujeres, tiene la relevancia que poseen Litoral de tinta, Peces de piel fugaz, Poemas a la desconocida y Las bacantes. Como los tres últimos títulos, “Shajarit”, en contra de lo que a veces se dice, está escrito con una prosa profunda y fracturada que nos sumerge en una corriente pura de conciencia y realidad. En este río, con sus juegos en diáspora y condensación, Gervitz halla un recóndito decir límpido a través de frases que representan múltiples ecos del pasado en explosión hacia el presente. Ella aceptó la dimensión limitada de su universo. Por eso hay algo esférico y concéntrico en la narración lírica de Migraciones que siempre vuelve a una palabra, a una oración, a un centro. Así, Gervitz nos ofrece, en su creación mínima e íntima, una devoción; tal vez la devoción religiosa, exclusivamente personal y sólo posible en la poesía, propia del tiempo secularizado.

AQ​

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