Orden y progreso | Por David Toscana

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La belleza lleva un orden. El progreso también. El amor sale sobrando.

El filósofo francés Auguste Comte. (Wikimedia Commons)
David Toscana
Ciudad de México /

Pronuncio para mí esta máxima compteana cada vez que noto mi escritorio en cabal desorden. Sé que si quiero avanzar en mi trabajo, debo regresar la pila de libros al librero, las plumas a su estuche, los papeles sueltos a la basura, pasar en limpio las notas. El desorden retornará pronto, y haré un nuevo llamado al orden. Por eso me vienen con frecuencia los versos de Clarilda Oliver Labra: “Me desordeno, amor, me desordeno”.

Tengo entendido que la frase original de Augusto Comte era: “El amor por principio, el orden por base, el progreso por fin”. Atractivos resultaron el orden y el progreso, pues la bandera de Brasil no dice: “Amor, ordem e progresso”. Mariano Arista, sustituyó el amor por la federación. “Todos los republicanos levanten una sola enseña; yo marcharé con ella: que ésta sea federación, orden y progreso”.

Porfirio Díaz, a quien mucha gente que dice detestarlo lo ama a través de sus clones, también hizo suyo el progreso seguido del orden. En El laberinto de la soledad, Octavio Paz nos cuenta que Vasconcelos sustituyó el lema del positivismo, “Amor, Orden y Progreso”, por el orgulloso “Por mi Raza Hablará el Espíritu”.

Y aunque hubo quién proclamó “libertad, orden y progreso”, acabó por dominar la idea del orden. Se cuenta que Goethe dijo: “Entre la libertad y el orden, prefiero el orden”. En parte le doy razón: entre la anarquía de mi escritorio y el orden, prefiero lo segundo.

En matemáticas siempre se ha dicho que el orden de los factores no altera el producto. En literatura no ocurre lo mismo. El efecto del orden es categórico. Nunca será lo mismo terminar un monólogo de Segismundo con: “Y los sueños, sueños son”, que haber dicho un burdo “Y los sueños son sueños”.

El orden del soneto de Lope de Vega, “Desmayarse, atreverse, estar furioso”, no puede alterarse, pues decir “Atreverse, desmayarse, estar furioso”, rompe la sinalefa y acabaríamos con la arritmia de doce sílabas. El respeto al endecasílabo habrían de tomarlo en cuenta los tantos declmadorcillos que pronuncian este poema “Des-ma-yar-se-a-tre-ver-se-es-tar fu-rio-so”, con trece sílabas, en vez de “Des-ma-yar-sea-tre-ver-ses-tar-fu-rio-so”. Tal como no puede cantarse: “El-a-ce-ro-a-pres-tad-y-el-bri-dón”.

Pero he aquí que me detiene un físico-matemático. “Toscana”, me dirá, “el orden no altera el producto pero sí la belleza, tal como en literatura”. Y claro que no es lo mismo E=mc2 que E=c2m, y tantas otras ecuaciones que no escribo aquí con sintaxis alterada para no meter en líos a mis editores de Laberinto.

La belleza lleva un orden. El progreso también. El amor sale sobrando.

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