Otro modo de la imagen

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

La imagen ha tenido mucho más impacto que la escritura en la conciencia pública, pero más allá del periodismo, sobrevive la poesía.

Tropas británicas en una trinchera en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial. (Archivo)
Julio Hubard
Ciudad de México /

La idea de la guerra se transforma cuando coinciden dos cosas: las modernas técnicas terapéuticas y los medicamentos, y el periodismo, sobre todo con fotografías. Aunque la información sobre las atrocidades de Bélgica en el Congo ya se había difundido y, entre muchos, Mark Twain, Joseph Conrad y John Dewey escribieron artículos indignados tratando de encauzar un rechazo internacional contra el Rey Leopoldo, la verdadera conciencia y el repudio definitivo no se generó sino hasta la publicación de las fotografías de Alice Seeley Harris, en 1904. Los periodistas y sus fotografías dieron a conocer, también, el abuso imperial en la India y la larga fila de féretros provenientes de Vietnam.

La imagen ha tenido mucho más impacto que la escritura en la conciencia pública, pero más allá del periodismo, sobrevive la poesía. No impacta, pero da sentido mucho más profundo a la mentalidad de las épocas. Y es que hay diferencias entre la imagen de una fotografía y la imagen que queda en un poema. Son dos universos conceptuales muy distintos. La fotografía periodística afecta de modo inmediato; la del poema se va formando junto con el entendimiento; toma su tiempo y echa raíces en el ánimo, la inteligencia, la percepción.

Cecil Day Lewis dice que “Dulce et decorum est”, de Wilfred Owen, es el mejor poema sobre la guerra de toda la lengua inglesa. Hay que considerar que la poesía inglesa, como muchas otras, tiene orígenes y raigambre bélica: desde las leyendas del rey Arturo, la valentía del Enrique V de Shakespeare, el libertador Lord Byron, la cabalgata de la caballería ligera, de Tennyson, hasta el patriotismo entusiasta, en la Primera Guerra, con que Rupert Brooke acepta su propia muerte en tierra extraña: “Si he de morir, pensad tan sólo esto: / que algún rincón de tierras extranjeras /es ya por siempre de Inglaterra...

Las imágenes de la Primera Guerra no eran escasas; sin embargo, no alcanzaron a disuadir a los jóvenes de enrolarse. Prevalecía la antigua idea del heroísmo y entre los jóvenes valientes que marcharon al combate —Robert Graves, T.E. Lawrence, Siegfried Sassoon, Rupert Brooke, Ivor Gurney, Wilfred Owen— se dio una coincidencia extraordinaria: todos eran poetas seducidos por la tentación del héroe y por la poesía de Homero, Virgilio y Lord Byron. Algunos fueron heridos y regresaron a las trincheras, otros murieron; ninguno cedió a la cobardía, pero todos quedaron mental y espiritualmente devastados.

Ellos son los autores de un cambio histórico de muy hondo calado: son los primeros pacifistas conscientes de la historia y de las dos caras del horror. Después de ellos, la guerra dejó para siempre de ser una actividad de la cual enorgullecerse para quedar, quizá de modo definitivo, como el horror puro. Su recurso no fue el discurso de la información, ni la imagen periodística, ni el relato de historias, la novela o el cuento. La conciencia se transformó con ese otro modo de la imagen. Y quizá la mejor —concuerdo con Lewis— sea este poema de Wilfred Owen, que traduzco tentativamente:

Dulce et Decorum Est

Como esos pordioseros doblados por los bultos, / vencidas las rodillas, tosiendo tos de ancianas, maldijimos entre lodos / hasta que las bengalas nos urgieron a volver / y regresamos tambaleantes rumbo al descanso remoto. / Marchábamos sonámbulos. Muchos perdieron sus botas / y renqueaban calzando su sangre; todos jodidos, todos ciegos, / ebrios de agotamiento y sordos hasta al silbo tras nosotros / de abúlicos obuses, traspasado su alcance. // ¡Gas! ¡GAS! Rápido, jóvenes. Un éxtasis de yerros / por embutirse el torpe casco a tiempo apenas, / pero uno no dejaba de gritar y tropezaba / espástico, incendiándose con fuego, o con cal... / Opaco tras los vidrios empañados y en una tenue luz verdosa, / yo vi cómo se hundía en un mar verde. // Se lanza contra mí en todos mis sueños, / frente a mis ojos indefensos gruñe, regurgita y se ahoga. // Y si en algunos sueños sofocantes, pudieras tú marchar / detrás de la carreta en la que lo arrojamos, / ver los ojos en blanco, retorcidos en su cara, / en su colgante cara, como diablo hastiado de pecar, / si pudieras oír, bache tras bache, la sanguaza / gorgotear esa espuma en sus pulmones carcomidos, / obscena como el cáncer, amarga como pus / de aftas incurables en lenguas inocentes, / amiga, no dirías con tal pungente orgullo / a esos niños en ascuas por alguna gloria desesperada, / esa vieja Mentira: Dulce et decorum est / pro patria mori. //

AQ

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