Hay tantas formas
de aproximarse a la obra de arte
—lo mismo en la creación
que en la recreación—
como formas de ver y de ser
concibe el ser humano.
Pero todas ellas
—una vez que se ha recorrido
el largo camino de la obra
con atención y oficio—
comienzan a fraternizar
conforme se acercan al centro.
Los distintos caminos
—tan variopintos como los artistas,
personas, especies y demás criaturas—
son los rayos de una rueda.
Al centro hay una fogata
y todos los que pueden
se acercan a calentarse las manos,
a beber algo caliente,
escuchar historias,
noticias, planes, música…
Platicar un poco
—pero solo un poco…
que el silencio se impone—
y descansar de la jornada.
No ha sido fácil llegar hasta allí.
Además de cualidades se necesita suerte.
Y la buena fortuna no depende
de la convivencia en torno al fuego.
Pero la hermandad del centro
es lo que hace posible
que lleguemos a convertirnos
en seres humanos.
Ésta es la paradoja:
resulta humanamente posible
llegar al centro
si no hay prisas ni descuidos.
Paciencia es el nombre del juego.
El arte de esperar.
AQ