Periódicos viejos

Laberinto, 20 años

La prensa me devuelve la casa infantil perdida en el pasado. Abro la puerta y ahí están los actores del teatro de la memoria.

Periódicos viejos, "retazos de otros tiempos". (Foto: Towfiqu Barbhuiya | Unsplash)
Ciudad de México /

En la hemeroteca he pasado algunos de los momentos más plenos de mi vida intelectual. Cuando tengo enfrente periódicos viejos, retazos de otros tiempos, aparece de inmediato la mesa del comedor de la calle Cadereyta, un pequeño departamento que habitó mi familia en la colonia Condesa. Se trata de la mesa del desayuno con café, leche, pan dulce y periódicos, mañana tras mañana, día tras día. Así se pasaba la vida.

No sin cierto desasosiego me doy cuenta de que quienes apuntalaban mi memoria han desaparecido. Entonces tengo que recordar o investigar. Por esta razón he visitado muchas veces la hemeroteca, para saber si una cadena de hechos había ocurrido tal y como yo los recordaba, pero la memoria siempre trae otra historia. Cada quien recuerda de un modo distinto, el pasado admite incluso la imaginación, Freud les llamaba recuerdos encubridores. Juraba que aquí dejé las llaves. Y al cabo de un tiempo confirmamos que las llaves nunca están en ese sitio, ése es el juego de la memoria y de la literatura: las llaves siempre están en otro lugar.

Conversé con un amigo de la trama de El sentido de un final, la novela de Julian Barnes. Regresé a casa a revisar mis subrayados y cayó éste de las páginas del libro y lo recogí: “Vivimos con suposiciones fáciles. Por ejemplo, que la memoria es igual a sucesos más tiempo. Pero es algo mucho más extraño. ¿Quién dijo que la memoria es lo que creíamos que habíamos olvidado? Y debería ser obvio que el tiempo no actúa como un fijador, sino más bien como un disolvente”.

Ese disolvente es un misterio. Sé que el tiempo se acelera con los años. Si eres viejo, o has iniciado ese viaje loco a la vejez, todo transcurre más rápido; los jóvenes pueden inventar futuros, quienes no se cuecen al primer hervor fabrican en cambio distintos pasados.

Durante mucho tiempo, las neurociencias y la psicología han reunido evidencia de la supuesta falibilidad de la memoria. Hoy se sabe que recordar no es un acto pasivo sino una forma de reconstruir: al recordar añadimos pedazos de información, recreando con ellos acontecimientos que pudieron o no haber ocurrido. En ese sentido, sugiere Felipe de Brigard, neurocientífico y filósofo colombiano, la memoria no es falible, sino creativa: forma parte de un sistema cerebral que crea mundos, postula posibilidades y construye así hipotéticos acontecimientos, pasados, presentes o futuros. En ese sentido, como sugirió Thomas Hobbes, la imaginación y la memoria son una misma cosa.

La prensa me devuelve la casa infantil perdida en el pasado. Abro la puerta y ahí están los actores del teatro de la memoria. Ellos han desaparecido del mundo, pero no de mi memoria: mi madre, mi papá, mi hermano, y los periódicos viejos.

Rafael Pérez Gay.

Escritor, editor, periodista. Autor de 'Perseguir la noche'

AQ

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