Pinche Navidad | Un cuento de Amaranta Caballero Prado

Ficción

Inusitadas metamorfosis, cambios climáticos, duros recuerdos familiares, el desamor y el destrampe juvenil concurren en estas historias.

"Se echó a perder la cena. Nadie quiso comer, todos se habían encariñado con el animalito". (Foto: Martín Zetina | Cuartoscuro)
Amaranta Caballero Prado
Ciudad de México /

Recibí la invitación para enviar un cuento. ¿El tema?: la Navidad. Acepté gustosa, escribir algo con aromas de ponche, sensación térmica de dos grados bajo cero y salpicaduras de zumo de cáscara de mandarina, sería un buen ejercicio para sacar a flote mi abandonado ánimo narrativo. Ajá. Al inicio traté de cuajar mentalmente la idea central, clímax, posibilidades, variantes del contexto; contar algo interesantón, divertido, con no más de tres o cuatro personajes, el desenlace sencillo o triunfal, en fin, la estructura arquitectónica narrativa que un cuentito más o menos bien hecho implica. Escribí entonces una historia provinciana, costumbrista, navideña, inspirada en mi bisabuelo paterno. Pensé en él porque además de haber sido famoso por su sapiencia en el ajedrez, don de gentes, destreza manual en oficios finos como el papel de china, globos de cantolla, piñatas de animales y de siete picos, fue también famoso porque literalmente era el semental del pueblo. Mujer que no podía concebir, mujer que enviaban con él. “Llévela con don Pancho, el jijada hasta mulas embaraza”. Además, me dije: en tiempos del #MeToo resignificaré un contexto a través de una figura masculina de mi árbol genealógico. Investigué, me solacé a gusto con los adjetivos. Brotaron mis fijaciones: más garciamarquianas que ibargüengoitescas. Aguas. Pensé en La China Mendoza. Con esa triada de titanes en mi cabeza la presión comenzó a azotar duro la boca de mi estómago. Ya no pedía lograr la majestuosa estructura arquitectónica, con un cuartito de albañil que no se me cayera en la revisión me daría de santos. Invoqué: ¡oh, Rulfo!, ¡oh, Quiroga!, ¡oh, Katherine Mansfield!, vengan a mí. Sin darme cuenta iba en las ocho páginas, me habían pedido sólo dos, la cagué.

Fui por un café a la cocina, ahí encontré a mi mamá. Remendaba un saco de lana al ritmo de villancicos. Un disco de vinil que suena en la casa en cualquier época del año. Se la solté:

          —¿Te acuerdas de alguna anécdota o algo curioso que hubiera pasado en Navidad?

Sin voltear me contestó:

          —Sí, la vez que tu abuelo fue a comprar un tocadiscos. Esa noche, durante la cena, lo conectó para estrenarlo, explotó. Se fue la luz. No sabía que tenía que usar regulador. O la vez que fui a comprar unos dulces para el día de Reyes. Hacía frío, sobre la calle un señor vendía bufandas y gorros tejidos. Enfrente de él una señora y un niño pedían limosna, traía puesto un suetercito. Le compré al señor una bufanda y un gorrito, se los di a la señora. Fui a comprar los dulces. Al regreso, el niño otra vez traía solo el suéter. Me quedé viendo un rato. Otras personas hicieron lo mismo que yo: comprar al señor para regalarle a la señora. Después vi que ella cruzaba la calle con el bulto de prendas, se los daba al señor para que los volviera a vender. Eran familia. También recuerdo la vez que mi abuelita compró un guajolote en septiembre, lo engordó para Navidad. Le daba nueces, almendras, castañas. Se echó a perder la cena. Nadie quiso comer, todos se habían encariñado con el animalito. O el día que tu abue rompió sin querer las espadas de plástico, era el único regalo para nosotros esa vez.

La cafetera soltó vapores anunciando listo el café. Mis ideas posmodernas sobre consumo, cuentos veganos, la teibolera vestida de Papá Noel, los santa closes trans, quedaron catapultadas cuando vi que a mi mamá se le pusieron los ojos rojos. Comezó a llorar. Ya lo he dicho, lo mejor de la Navidad es no saber, nunca recordar, pinche Navidad.

En corto.

Amaranta Caballero Prado

Autora, entre otros libros, de 'Todas estas puertas' y 'Okupas'.

ÁSS

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