En ‘Pobres criaturas’, una “hermosa oprimida” se vuelve dueña de sí

Cine

Emma Stone colabora por segunda vez con Yorgos Lanthimos en un pastiche entre 'Frankenstein' y 'Pigmalión'.

Emma Stone como Bella Baxter en 'Pobres criaturas'. (Searchlight Pictures)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

¡Filmes extraños! Con estas dos palabras puede resumirse la obra de Yorgos Lanthimos, cineasta griego que debe tanto a los grotescos pictóricos como al cine de Guillermo del Toro. Concentrado en sobreponer capa sobre capa las obsesiones de nuestro siglo su cine nos golpea entre lo mítico y el avant garde.

Pobres criaturas (disponible en Star+) resulta, pues, un predecible pastiche entre Frankenstein y Pigmalión. Hay un genio loco que interpreta Willem Dafoe y una hermosa criatura (Emma Stone) cosida a mano por él. El sabio, por supuesto, se ha enamorado.

A diferencia del Frankenstein de Mary Shelley, Baxter no vaga escondiéndose del mundo. Es profesor de anatomía en una universidad victoriana… o algo así. El tiempo y el espacio en los que sucede Pobres criaturas no pertenece a los espectadores. Aquí los eructos del erudito son universos que flotan por el comedor y en los cielos de París transitan vehículos de estética steampunk.

Bella, la protagonista, cayó en manos del médico loco cuando quiso suicidarse. Además, estaba embarazada. Y el genio ¿qué iba a hacer? En honor de la ciencia, extrajo el cerebro del bebé y se lo puso a la mamá. Bella es ahora un ser que, sin embargo, seduce a cuanto hombre se atraviesa por su camino.

Desde el punto de vista estrictamente visual, la película es muy hermosa. Con inglés de acento lánguido, los personajes se pasean por la campiña de un hermoso castillo rosa y blanco en que retozan cerdos-ovejas junto a perros-grulla y, claro, Bella, nuestra niña-bebé.

Baxter ha conseguido recrear el paraíso terrenal suturando quimeras salidas de un bestiario medieval. Recordemos, sin embargo, que dichos monstruos adornaban los papiros antiguos para recordar a los monjes de aquellos siglos oscuros que el plan de Dios es perfecto, así como él lo creó. Una bebé-mujer o un perro-gato son delirios que se dibujaban sólo para mostrar que si el hombre fuese Dios del mundo produciría un horror.

La idea de Lanthimos es exactamente la otra. La historia exige que nos enamoremos de Bella y que entremos en ella para entender que se trata de un caso simbólico de opresión heteropatriarcal. Porque, en efecto, la mojigata sociedad se escandaliza de que la chica inocente hable en la mesa de cualquier tema erótico con la simplicidad de quien comenta que el café le ha quedado un poco azucarado.

Con moraleja incluida la historia va así: hubo hace mucho tiempo una mujer atribulada que quiso suicidarse. Un macho, el profesor, se interpuso en su camino y evitó este noble propósito. El médico ha hecho de ella algo más que su mascota y, sin embargo, hay algo que está más allá del cerebro de Bella, de sus vísceras y nervios. ¿Será el Espíritu? ¿El alma? El director no toca el tema de modo frontal, pero sale una y otra vez: más allá de sus recuerdos y de su capacidad para pensar y discernir (cada vez más aguzada) Bella, en contacto con el mundo (y sobre todo en contacto con el sexo), comienza a recuperar su propio ser. Adivinamos un final feliz.

¿Qué ha empujado al cerebro de Bella a recordar su antigua vida y una venganza que debe consumar? He aquí un nuevo misterio hollywoodense. Y vale la pena, la fotografía es extraordinaria, como de anuncio de centro comercial. El diseño de producción es el sueño de un videoclip y los colores se mezclan con mucha fruición. Si uno quiere, verá en Bella a la pobre criatura del título, la hermosa oprimida que, como Orlando en la novela de Virginia Woolf, va volviéndose dueña de sí, de su vida y su sexualidad.

Pobres criaturas

Yorgos Lanthimos | Grecia | 2023

AQ

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