“Pobreza” | Por Alberto Blanco

Meditaciones

“El hombre debe ser tan pobre / como para que no quede en él / ni siquiera un lugar para Dios”.

Niños mineros de inicios del siglo XX. (Foto: Lewis Hine vía Wikimedia Commons)
Alberto Blanco
Ciudad de México /

La Revolución Industrial

hizo muchas promesas

y no cumplió ninguna.


No logró terminar

con el brutal trabajo físico

de millones de trabajadores en el mundo.


No consiguió una sociedad

de bienestar y de satisfacción general

donde las máquinas se encargaran de casi todo.


Pero, de todas las promesas que no cumplió

tal vez la más lacerante

fue la de acabar con la pobreza.


Las 2 mil personas más ricas del mundo

tienen hoy en día más dinero

que los 4 mil millones y medio

de seres humanos más pobres juntos.


Sin embargo, la Revolución Industrial

sí cumplió, y con creces,

dos promesas que no hizo nunca:


No aumentó la expectativa de vida

—al menos en el corto plazo—

pero sí provocó una explosión

demográfica sin precedentes

gracias a ciertas medidas de higiene básica.


Y aunque los pobres siguieron

abarrotando las ciudades y el campo

sí llevó la buena nueva

hasta el último rincón de la Tierra:


No solo es posible, sino necesario,

acabar con la pobreza.

De aquí el éxito de Marx.


Ninguna filosofía, religión o doctrina tradicionales

habían prometido jamás semejante cosa.


En los Evangelios no solo no hay

una sola mención de este programa social

sino que, por el contrario,

se hace una apología de la pobreza.

Solo que —y esto hay que subrayarlo—

se trata de una pobreza de espíritu.


Por eso el Maestro Eckhart

(que se salvó por un pelo

de ser sentenciado por la Inquisición)

insistía en este punto:


“El hombre debe ser tan pobre

como para que no quede en él

ni siquiera un lugar para Dios”.

AQ

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