No necesitamos saber
quién dijo tal o cual verdad
para saber, con todo el cuerpo
y con toda el alma, que es verdad.
Si nuestra vida ya está lista
para comprender una verdad,
ésta cae por su propio peso
y no hay nada ni nadie
que pueda evitarlo.
No necesitamos ver la hoja de cálculos
ni saber demasiado de resistencia de materiales
ni de tensores o estructuras
para sentirnos seguros en una casa.
Nos basta con saber que la casa es sólida,
los cimientos bien plantados,
las paredes firmes,
y que el techo nos protege
de la lluvia, el frío, el viento y el sol.
Pero, lo más importante, como siempre,
es lo que no está allí…
Eso que no existe y nos permite existir:
el hueco de las ventanas y las puertas.
Es en el espacio abierto donde vivimos,
no en los muros, las escaleras y los techos.
Y el espacio abierto se extiende
más allá de las ventanas y las puertas,
más acá de los títulos de propiedad
—los muebles, los objetos, las cosas—
y los límites trazados de un terreno.
Sin casa se puede vivir
—allí están los nómadas—
sin espacio, no.
El espacio sin límites es la casa.
AQ