Cuando miro tu cuerpo, no quiero que nada me perturbe ni acalle mi oración. Hablar contigo es la única forma, oh amado mío, de entrar en tu llaga, seca herida del mundo que no puedo ver más pues la he transmutado en tumultos de luz. Alguien que no sabía nada de ti, ni conocía el secreto de tu nombre, oscureció la sabiduría eterna de tu cuerpo. Más tarde reconoció que para aliviar la sed era necesario atravesar la carne.
Vivimos la ineluctable soledad de este ensimismado cielo.
AQ