Veo la fotografía que Carjat, en París,
de muchacho le tomó. Angulada la cara
y en los ojos la honda melancolía
de una mirada en fuga. Miro luego
fotografías gastadas y difusas
de Yemen y del África. Ya para
entonces la poesía era niebla
en las arenas ciegas del desierto.
No lo reconozco. No se asemeja
al joven andrajoso en las tabernas
malolientes de Londres y Bruselas,
o con más certidumbre: aquel poeta
no sólo dejó de ser poeta, sino
en su físico, también se volvió Otro.
AQ