Para Solange, en la memoria
Mi primera acción
fue una guerra de guerrillas
contra el orden en las aulas,
un grito de independencia
frente a los maestros de una escuela olvidada.
Libré una guerra de desobediencia sin cuartel.
Acometí pequeñas y gloriosas batallas:
ataques de ocio a las garitas del presidio escolar,
llamados a quebrar las tablas de multiplicar las vejaciones.
Declaré una guerra con embates a deshoras
a las tropas aliadas de la obediencia.
Fui el guerrero que regresaba a casa
cargando un botín de nada,
el explorador que aprendía a caminar
en los terrenos minados de la duda.
No fui herido por esquirlas
ni hube de convalecer en un hospital de campaña
pero bajo los negros perdigones de unos ojos
caí agitando una bandera blanca. La joven maestra de francés
que parecía salida de una ostra de Botticelli
me invitó a desertar en la emboscada de sus piernas
y en la trampa de su boca. Debo decir la verdad
al tribunal de los fantasmas que me juzga:
no pesó que fuera del bando enemigo
ni que por ella dejara de velar las armas
para hacerme su sombra, su más fiel centinela.
Con la dignidad y la resignación del derrotado
pedía cadena perpetua en la prisión de su cuerpo.
AQ