Entre invierno y primavera
el lamento de las hierbas;
su quebrarse entre tus patas,
Ciervo.
Comes su irse volviendo desierto
y ya en tu sangre descansan del sol.
Esa intimidad hecha sopor nos detiene.
Los velos de la luz bambolean rodeándote.
Te consumen en su claridad.
Te llevan lejos de mí.
Pero estás.
Aun disuelto en el día
vas a mi lado.
Es tiempo de buscar la sombra.
Entraremos al atardecer de la bromelia.
Hagámonos pues pequeños
para recuperar el Ser.
En el silencio laborioso de las hormigas
hay un lugar para nosotros.
Los lamentos del agua se escuchan ahí.
Su huida hacia el centro de la tierra.
Mientras el cielo se decide a escucharla,
penetremos en el polvo.
Abajo la humedad sabrá decirnos
de su pacto con la paciencia.
Hemos de aprender a dar su lugar
a las llamas.
La quemadura de la luz
es un alto;
una advertencia.
Se incinera en su talud
lo que ya no soporta la tierra.
Respetemos la hoguera.
AQ