Un día tuve una bicicleta
y un papá que la detuvo un largo tramo
corriendo a mi costado
hasta que un frágil equilibrio
le permitió soltarme.
Algunas veces
la risa del verano cayó sobre mi cuerpo
al chocar contra un árbol.
Muchas otras me raspé las rodillas
y le torcí las ruedas a mi bici.
Un día tuve una juventud
que expresó su delirante algarabía
sobre una bicicleta:
los brazos levantados,
apretados los puños,
el manubrio apenas controlado
con un toque sutil de las rodillas,
la marcada pendiente ante mis ojos,
la vida que se cruza en una ráfaga.
Tengo una bici en el portón de casa.
Solo la miro, pero no la uso.
Cuando escribo
las líneas salen al principio chuecas
luego van perfilándose en el aire
inaugurando caminos luminosos
por los que avanzo con seguridad.
Papá murió hace unos cuantos años.
¿Se acordaría alguna vez
de aquella bicicleta de mi infancia?
¿Qué pensamiento habita el corazón de un padre
que da ese empujoncito, ese coraje
íntimo y certero, ese amuleto?
¿Hay algún pensamiento en el amor?
La vida me sorprende algunas veces
con un hondo socavón en el que caigo
irremediablemente.
Otras, en cambio
recupero el dominio de mis piernas
siento el viento en la cara
y una presencia en mi costado izquierdo
me acompaña.
AQ