Hay madres rascando tierra.
Cecilia Patricia Flores
Briznas de luz que duelen en el alma
Y pespuntes con hilos de ceniza
Que atan la piel al suelo más inhóspito.
Olas de polvo y piedras y raíces
Que se entremeten en los dedos duros
Con llagas de escarbar el monte yermo
De un indicio en la busca, de una huella.
El azadón, la pala y el barreno
Nos son imprescindibles como el aire
Que los pulmones jalan presurosos.
Unas cavamos mientras otras tiran
Los montones de tierra y otras más
Llevan en carretilla los pedruscos.
Somos hijas del polvo, el padre polvo,
Que nos pega en la cara y nos sofoca.
En fosas clandestinas dispusieron
Y ocultaron los cuerpos ateridos;
Puede ser que en pedazos nos sorprendan:
No importa, los juntamos, son los cuerpos
De los hijos, los primos, los esposos.
Zopilotes en ráfagas se ciernen
Sobre nuestras cabezas angustiadas,
Mas luego se disipan con el viento
Y nos heredan solo sus graznidos.
Ellos también se burlan, pero entienden;
Ellos entienden, pienso, y me sonrío.
Rebuscamos en fosas arduo sueño
Que en forma de cadáveres alienta
Nuestro coraje de seguir, pegadas
A la correa de un potro desbocado
Que a barrancos y montes se encamina.
El corazón de los políticos engorda
Cada vez que se anuncia una matanza.
Tiembla el país y permanece incólume:
No pasa nada y todo igual persiste.
A mí misma me digo, boca adentro:
“No desistas, si rejega o insomne,
Sigue en busca de huesos extraviados
Firme, de pie, que no muera el empuje.
Empuña ese buril que traes al cinto
Y escudriña en el vientre de la piedra
Que finge estolidez y nada dice
Muda de algún secreto impronunciable:
¡La única testigo en este páramo…!”
AQ