Pero así, ¿cómo así?, como si hubieras
delegado a otro hombre mandar cartas a Ophélia,
para que ese Fernando, que no eras tú, que
no fueras tú, o quizá, como si lo fueras,
tuviese una silhueta esguia,
tan cerca en el trabajo y tan lejos de tu cuerpo,
pero el otro, que eras tú, o alguien parecido a él,
en el múltiple juego, comenzó a enamorarse,
la locura y la muerte merodeaban, y Ophélia,
quien sabía lo frágil que eras, quien sabía que no sabías sentir
lo que sentías, que las manecillas no marcaron en tu reloj
instantes para la dicha, ¿o era otro?, ¿acaso Álvaro?,
y Ophélia dio oídos a la fuga, y se puso a ordenar
tus cartas y mensajes —tal vez el Tajo se alejaba,
tal vez los árboles en Lisboa deshojarían otoñalmente,
“tal vez Fernando —dijo Ophélia—, por jugar con máscaras,
por más búsquedas que ha hecho, por esta vez se le olvidó,
o mejor, quiso olvidar, dónde perdió la cara”—.
AQ