El noticiario de la mañana no dirá nada
de tu muerte, ni de cómo se quebró un cristal
al rebotar en su pecho. No impregnará
mis dedos el olor a tierra
en que te vas a convertir. Ni habrá registro de las noches
en que dormiste en el suelo de mi casa, del calor
de los días en que bebíamos hasta ponernos ciegos,
de las bolas de billar chocando y rodando
suavemente por la mesa. De ti nada queda
salvo mi deseo egoísta, salvo mi voz diciendo tu nombre
cuarenta y cuatro veces hoy. Ayer había olvidado
que éramos amigos Y mañana —sé
quién soy, en quién me he convertido ahora— y mañana,
lo sé, y en adelante, lo volveré a olvidar.
AQ