El día que la puerta se cerró a tu espalda, los objetos enmudecieron
en ti.
Entonces,
en ti,
el lenguaje resonaba y un espesor poético cubría tu piel.
No había lluvia goteando sobre tu piel
y por casualidad una gota atravesaba lagunas en el lenguaje
y se convertía en un sonido sobre ella.
El sonido daba voz a los objetos perdidos:
la manzana de un día se desliza sobre la mesa que es memoria de otro día,
la ventana de una casa se abre en otra casa.
No
hubo olvido:
solo la constante de la gravedad se hacía más pequeña en tu memoria.
Ese fue el día en que la puerta se abrió de nuevo en ti
y regresaste a la misma habitación:
las paredes, lentamente, asimilaron el espesor del lenguaje que cubría tu piel.
Fuera de la ventana siempre estaba nevando
y en cada nevada las paredes asimilaban una palabra.
Sin nombre
en el centro,
miras la ausencia desde la prehistoria de tu muerte más allá de la ventana.
La nieve ha cesado y un caballo salvaje está relinchando en la distancia.
AQ