a Ysabel Galán
Ysabel y yo llegamos, bajo menuda lluvia,
a Real de Catorce, y por más que examinamos,
no hubo ni siquiera un rincón —un solo indicio—
que aludiera al abuelo o al bisabuelo:
nada en los hábitos de clérigos franciscanos,
nada en casas de detrimento y malogro del siglo XIX,
nada en chimeneas de las minas exhaustas,
nada en las tumbas agrietadas, nada, nada en las
cruces ruinosas del alto y breve panteón aislado.
“No sé quién —dijo alguien— borró el apellido Campos”.
AQ