Qué antiguas calles en las aguas lúcidas del río,
de ellas brotan barcas, espejismos, diferentes formas del recuerdo.
Camino y me hundo en las aguas azuladas, como piel de tigre
manchada de luces, en la ciudad el río fluye.
Camino y me hundo
entre muros de agua, las líneas olvidadas
son nervaduras de algún nicho oculto.
Fosforescente el cielo se comba,
la luz crecida —al borde—
es piedra que gime,
raíz enredada al tiempo.
Camino y me hundo:
los puentes alargan su desmesura,
trastocan el relieve del pasado.
Regreso siglos hasta mirar
al agua tallar mi propia historia.
Allí nace
lumbre en los vitrales:
tus muslos y mis senos
quemándose tras el altar.
Como plantas espinosas
sobre los cuerpos,
ahora la borrasca llega en arenoso frío.
El recuerdo quebrado se hunde
templo invertido.
Y solo queda este caminar de canoa
sobre las nervaduras del tiempo.
AQ