No la de un alto al fuego
ni la de la visión del lobo junto al cordero*,
sino
la del corazón cuando se acaba la agitación
y hablamos de un gran cansancio.
Sé que sé matar,
por lo tanto soy adulto.
Y mi hijo juega con una pistola de juguete que sabe
abrir y cerrar los ojos y decir “mamá”.
Una paz
sin el ruido de forjar las espadas en rejas de arado**;
sin palabras, sin el sonido de los pesados sellos de goma;
que sea ligera por encima
como espuma blanca y perezosa.
Un descanso para las heridas,
aunque sea breve.
(Y el aullido de los huérfanos se pasa de una generación
a otra, como en una carrera de relevos:
la estafeta nunca cae).
Que sea
como flores silvestres,
de repente, por necesidad del campo:
una paz silvestre.
Traducción de Claudia Kerik
* Isaías 11:6
** Isaías 2:4.
AQ