En este lugar del mundo, silencioso
como un estornino muerto por la bala
que disparó un niño en North Carolina,
mis pies descansan desnudos
sobre unas telas húmedas que contienen
unas láminas delgadas de metal: lanzan
a intervalos regulares pequeñas descargas
eléctricas. Mi cuerpo quiere limpiarse,
arrojar lo malo que contiene, su singularidad.
Me gusta la palabra “singularidad”,
su deslavada imagen, su desprendimiento.
Mi cuerpo es un refugio derruido, pero antes
pudo ser cualquier cosa. Aquí en esta isla,
en este lugar del mundo, nado en la orilla
izquierdo de mis muertos.
Hay una forma de ignorancia en el dolor.
No hay pérdidas. Intento mantenerme
en forma de muchas maneras.
Nos acercamos peligrosamente a la quietud
del fuego que arde a un lado del teléfono.
Mi cuerpo se limpia. Es una maquinaria
que susurra de manera saludable.
No hay conclusión en ello.
AQ