Actualización: Una nota aclaratoria sobre este texto fue publicada en el número 948 de Laberinto, que se puede consultar aquí.
Es famoso el poema en el que López Velarde relata tener un hijo ciego, que sufre prisión y se ahoga en la oscuridad recóndita de su pecho. Se refiere, es obvio, a su corazón. El pobre no conoce sino la tiniebla. Quiérase que no, esto lo convierte en un órgano “oscurantista”, “decadente”, que pulula en la sombra sin posibilidad de redención. Por eso escribe el poeta en “Mi corazón se amerita”: “Yo me lo arrancaría/ para llevarlo en triunfo a conocer el día”. Algún crítico ha creído ver en este texto una alusión a los sacrificios aztecas. Nada qué ver. Aquí no hay ni pirámides ni sacerdotes ávidos de ver manar la sangre. Hay, sí, la necesidad, experimentada por el poeta, de desprenderse de él, a fin de librarse de sus sobresaltos y de “su cruel carrera logarítmica”. El hijo ciego, es decir, el propio corazón, en acto de elemental justicia, podría bañarse desnudo con la luz del sol. Además, conocería los astros y “el perímetro jovial de las mujeres”. De tal suerte, sería un corazón “feliz”.
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“La mujer X”, un poema de título vanguardista que López Velarde no recogió en Zozobra, vuelve de modo insistente al tema del corazón extirpado, el cual ha sido extraído del pecho no por la mano del poeta esta vez, sino por la cuenca orgullosa y altiva de una mujer, la cual, se intuye, ha roto su noviazgo con el autor. Imposible no pensar en Margarita Quijano.
Imposible no evocar, de igual modo, uno de los poemas de Las flores del mal de Baudelaire que sin duda le ha servido de modelo e inspiración. También en el poema de Baudelaire es una mujer, o, mejor dicho, una arpía, la que inclemente arranca con sus uñas el corazón de la víctima. Dice así “Bendición” en dos estrofas que me parecen decisivas:
Y en cuanto me fastidien estas farsas impías,
Pondré sobre su cuerpo mi leve y fuerte mano,
Y mis uñas, lo mismo que los de alguna arpía,
Abrirán una senda hasta su corazón.
Y como un pajarillo que palpita y que tiembla,
Lo arrancaré en su seno, sangrante, enrojecido,
Y para que se sacie mi animal predilecto,
Lo dejaré caer, desdeñosa, en la tierra.
Arrancará el corazón, acaso se deleite un momento contemplándolo, y acabará arrojándolo al piso para que un gato lo devore. ¡Oh dama cruel y sin par despiadada!
Igual de despiadada resulta la amiga del poeta que permanece impávida ante la “aorta suplicante” del escritor. Tanta sangre, y no poder nada contra la muerte, diríamos parodiando a Vallejo.
Sin duda “La mujer X” se deriva, todo él, de este texto de Baudelaire. ¿Por qué razón no lo incluyó López Velarde en Zozobra, libro al que cronológicamente corresponde? ¿Será porque resulta demasiado obvia su dependencia de un texto de Baudelaire? ¿Será por el exceso sanguinolento que acaso le otorga un toque truculento al poema? Estas incógnitas, y las que surjan en el camino, quedan a cargo del lector.
La mujer X
Ramón López VelardeQue tu mano, un día
Llegue a tiempo… El valor
De tu mano, que ha de llevar en alto
Mi corazón desnudo, como sangrienta flor.
Firme tu pulso, y firme
Tu impulso… Y tu altivez
Voluble, custodiando
Mi trágico tesoro de avidez.
Tu brazo levantándose
En un fino cuadrante,
Acercará al nivel
De tus labios, mi aorta suplicante.
Bajo el cenit lunar,
Bajo del sol pagano,
Palpitará mi entraña
En la versátil cuenca de tu mano.
Y mostrarás al mundo,
En tu palma extendida
La cruenta rosa inválida
Como fértil tributo de mi vida.
Hasta que el orgulloso
Registro de tu pulso,
Inclinando la palma
Deje caer mi corazón convulso.
Entonces, en tus lúbricas falanges
Como una gema extraña
Se cuajará la púrpura
Gota final de mi finada entraña.
Y tus manos valientes
Se tenderán al sol,
Y los rubíes húmedos
Fulgirán en un trémulo arrebol.
Mas antes de soltar
Mi despojo combusto,
Descansará tu mano
En la muelle tibieza de tu busto.
Y quedará en tu mano
Como bermeja flor
Una cruel mancha, como
El bárbaro tatuaje de mi amor.
AQ