Si es verdad que la bonhomía y el temple femenino de La suave Patria encierran un duro discurso, entonces la realización de la muestra y festejo (Museo de Aguascalientes) del poema inolvidable con la presentación de la obra de Antonio Luquín, Gustavo Monroy, Gabriel Macotela y Alberto Castro Leñero —cuatro pintores notables de la hora actual— nos revela en imágenes, pero en correspondencia con la hondura del largo poema crítico, la presencia —y la pertinencia— de la inconformidad y la rebeldía.
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Dejando de lado el hecho de que este cuadrivio pictórico ofrece el binomio figuración / abstracción y muestra, al mismo tiempo, la necesidad de un arte plástico esencial, basado en el trabajo refinado y en el inevitable drama interior de la autoconciencia, las obras de estos cuatro pintores nos hacen pensar en la terrible realidad del México contemporáneo. De forma desoladora (Luquín), violenta (Monroy), laberíntica (Macotela) o atribulada (Leñero), estas cuatro representaciones configuran tanto un paisaje atroz de nuestro tiempo como la tragedia íntima que de manera inevitable todos sentimos al darnos cuenta de lo que han dejado las promesas incumplidas del pasado oficial y del presente mesiánico: un país de pobreza creciente, de violencia ensoberbecida, de contaminación incontenible y de ataques constantes contra nuestra débil democracia. Y lo peor: los desplantes de un nuevo estilo autoritario. Y aquí es donde de manera paradójica vemos renacer el espíritu sofisticado de rebeldía de López Velarde y la consciencia de que la diferencia amable, la belleza insospechada y el arte refinado, son las formas más agudas de alumbrar la oscuridad de los hechos execrables del presente y de oponerse a las mentiras del poder.
En La suave Patria, Ramón López Velarde envió, de un modo subrepticio, un mensaje a sus contemporáneos —en estricta justicia con Jules Barbey d’Aurevilly deberíamos decir un correo—, pero también a las generaciones venideras: el rencor, el cesarismo y la prepotencia masculina engendran coacción e injusticia. Por eso, la revolución triunfante originó, a pesar de sus éxitos, un Ogro filantrópico y por eso hoy un gobierno emanado del voto popular ataca instituciones democráticas. Cuando se afirma que La suave Patria “está llena de sorpresas” o “es el poema de la intimidad”, se dice muy poco o un lugar común. La épica hacia adentro significa mucho más. Pero lo importante es que cuatro pintores mexicanos han iluminado, de modo certero y sin proponérselo, como suele suceder con las cosas auténticas, este poema barroco y, más aún, hermético, donde conviven en un laberinto el instante subjetivo y la apremiante objetividad. No podía ser de otra manera. Los artistas son rebeldes y, por más “reaccionarios” que parezcan —o precisamente porque nunca dejan de reaccionar ante lo decisivo—, la verdad los mueve y la verdad, por difícil y horrible que sea, los hace coincidir y denunciar con sus obras, aunque pocos lo adviertan, las trapacerías invisibles y las miserias insoslayables.
AQ