Cuando se trata del trabajo
no hay que buscar la perfección
—que está fuera del alcance
de todos nosotros—
sino la totalidad.
Se trata de que una obra,
del carácter que sea,
llegue a cumplir con la totalidad
de su forma y su función.
A esto le llamo yo redondear.
Cuando un trabajo está redondo
sucede lo inevitable:
el trabajo rueda.
Puede rodar de inmediato
o puede tardar días, semanas,
meses, años en rodar.
Del mismo modo que una obra
puede tardar días, semanas,
meses, años en quedar redondeada.
No era inusual para Balthus, por ejemplo,
tardar hasta diez años en pintar un cuadro:
“Yo sé cuándo está terminado, es decir, cumplido.
Fin de la larga plegaria silenciosa en el estudio…
Se ha acariciado una idea de la belleza.”
Hay obras que han tardado siglos
y hasta milenios en acariciar la belleza.
Pero si están redondas, ruedan.
No tiene remedio.
Así que no hay que preocuparse
por la circunferencia de la obra;
da igual si es grande o es pequeña.
Lo único que importa
es que sea redonda.
Tampoco importa el material…
puede ser precioso o deleznable;
pueden ser objetos, hechos o palabras.
Aspirar a la redondez de la obra
es aspirar a la totalidad de uno mismo.
Y aspirar a la totalidad de uno mismo
es cumplir con los diez mil seres.
AQ