Roger Scruton, ese conservador

Bichos y parientes

El filósofo y escritor británico murió el 12 de enero; deja una obra muy vasta, entre libros de filosofía, ensayos, artículos, varias novelas, documentales y dos óperas.

El filósofo y escritor británico Roger Scruton. (Foto: Especial)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Ha muerto Roger Scruton (27 de febrero de 1944–12 de enero de 2020). Deja una obra muy vasta, entre libros de filosofía, ensayos, artículos y varias novelas; también compuso dos óperas, El ministro y Violet, y la serie de documentales Why Beauty Matters, que puede hallarse en YouTube.

Muere como el último de los grandes conservadores, “el mayor desde el mismísimo Edmund Burke”, según la nota de The Guardian. Pero no será por su conservadurismo que perdure su obra, como tampoco lo fue para aquellos otros grandes pensadores que él mismo antologó en Conservative Texts: Burke, Chesterton, Coleridge, Eliot, Hayek, Hegel, De Maistre, Nozick, Oakeshott, Paretto. Un libro que resultó dos veces abominado por las buenas conciencias progresistas que, sin darse cuenta, vuelven a coincidir en sus intolerancias: la actual academia y el gobierno totalitario y pro soviético de Praga. El primer boceto surgió en los años ochenta, cuando impartió un seminario clandestino, con estudiantes checoslovacos, desafiando las prohibiciones del gobierno comunista. En 1985 fue detenido, encarcelado y deportado.

Para las izquierdas, Scruton se convirtió en una pluma de vomitar, no sólo por su decisión de reconocerse como conservador sino porque ese mismo año publicó la primera versión de un libro lúcido, inteligente y, aunque lleno de ironía, muy poco simpático: Fools, Frauds And Firebrands. Thinkers of the New Left (que no he visto traducido al español). A unos los critica, a otros los trata como farsantes y simplemente tira a la basura a algunos más. Demasiadas afrentas a la zurda santidad de la academia y fue expulsado de los campus universitarios durante mucho tiempo.

Fue empresario editorial y granjero; escribió en varias publicaciones sobre vinos y cultura enológica, y hasta de mecánica de motocicletas. Con todo, su valor como pensador no pudo ser reducido a las anécdotas de sus malquerencias. La importancia de su obra hizo que hasta sus destierros fueran temporales. Tras el deshielo del socialismo, en 1993, Václav Havel le otorgó la Medalla al Mérito del gobierno checo; el gobierno polaco, que también lo había perseguido, le dio otra presea importante; y en 2010, Oxford lo volvió a invitar como investigador y catedrático.

Abrazó con gusto su lugar de conservador y, de hecho, intentó muchas veces describir y definir qué diablos significa eso. En el prólogo de su antología dice que “Un conservador podría decir que carece de convicciones políticas y que la gran herejía de la modernidad consiste precisamente en ver a la política como un asunto de convicciones… Sin embargo, hay buenas razones para pensar que el conservadurismo (como se entiende ahora) surgió como una reacción, primero, a la Revolución francesa y, segundo, al hábito, engendrado por esa revolución, de buscar en las transformaciones sociales de gran escala un remedio para la infelicidad humana”. Luego, en una entrevista con Christina Hoff Sommers, dice algo mucho más sencillo: que conservador es quien descubre que ama la tradición, la cultura que ha heredado y que el acto del descubrimiento es necesariamente crítico. Sin crítica no hay conservadurismo sino patrioterismo, machismo, chovinismo, que destruyen más una tradición que todas las formas de la adversidad. Semejante a lo que había dicho Eliot: “es deber de cada generación volver a traducir a sus clásicos”, la tradición no se recibe: se recrea, se elige, se reinventa, o no existe.

Sus análisis estéticos y su crítica de las artes son suficientes para suponer que se leerá a Scruton entre los grandes de este cambio de siglo. No solo constituyen una de las más importantes de la modernidad sino que, además, y a diferencia de muchos filósofos que nunca se mojaron los pies en la práctica, se trata de un creador: novelista y compositor. En particular, su crítica de la arquitectura urbana moderna que concibe al espacio público desde la necesidad despojada de atributos. No se atora en la seducción de la lógica escueta: la fealdad mata al espíritu y resulta criminógena. Un espacio sin belleza va a ser vandalizado y, al final, terminará por ser abandonado o demolido. La fealdad y la impericia de las obras artísticas generan crimen y pobreza. Y lo mismo con la música… No se trata de un viejito que se queje de los ruidos contemporáneos: hay que oírlo despotricar contra casi toda la musicucha con que la idiotez rellena la vacuidad de su cabeza, pero entusiasmarse cuando oye a Metallica.

RP | ÁSS

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