Pidió su cabeza porque no pudo entregarle el cuerpo. La seducción frustrada es violenta, y lleva la venganza a la humillación y el sometimiento absolutos. Juan el Bautista, desde su tribuna de fango y hambre, juzga y condena, anuncia y amenaza. El pueblo escucha y los reyes hartos de sus alaridos, lo encarcelan, Herodes y Herodías merecen vivir en su promiscua tranquilidad.
Salomé, princesa hija de Herodías, ha crecido en el privilegio de incesto, el poder se hereda y se comparte entre la misma sangre, se fermenta en las venas, es naturaleza y designio. En la fiesta de cumpleaños de Herodes, la celebración brilla, el vino es dulce, la música viene de oriente, y visten los tejidos más hermosos, abundancia y gloria. Mientras el Bautista en su maloliente celda no deja de gritar sus necios vaticinios. Curiosa, en el capricho de la lujuria adolescente, Salomé desciende a la celda del Bautista, y le parece hermoso, trata de seducirlo y él, con la arrogancia del santo, la desprecia. Ella es virgen, perfumada, hermosa, es impura; él sucio y descalzo, es la pureza del bautismo.
- Te recomendamos Beatriz Espejo: “Sueño con escribir una gran novela” Laberinto
¡Ah, maldito! Merece ser despedazado, y sus restos arrojarlos a la plaza, y el pueblo contemple su arrogancia vencida. Salomé utiliza su cuerpo como arma, y si ya fue rechazada por un loco, será admirada por un rey. Baila en honor de Herodes, y su madre Herodías, disfruta su herencia. Le pide como regalo por esa danza, por mostrar su cuerpo desnudo, que le entregue la cabeza del profeta, del demente que se atrevió a humillarla. Salomé, con un beso necrófilo, cumple una venganza que la llevó a la inmortalidad del arte.
Las obras inspiradas en esta historia llevan la tensión del rechazo y la seducción al límite de la sangre. En la Gozzoli, 1462, mientras ella baila, en otra habitación decapitan al profeta, la ropa es renacentista, ella es casi una niña, con la sonrisa del capricho cumplido. La de Andrea Solario, 1509, ella mira complacida la cabeza con los ojos cerrados, es un trofeo de caza en bandeja.
Lucas Cranach, el viejo, 1530, la viste de fiesta, con un exótico sombrero y una ligera sonrisa en los labios, gozando de su triunfo, lleva un collar fetichista, el profeta mira con los ojos semi cerrados. En otra versión de Cranach es una niña de rizos dorados que sostiene la cabeza con pervertida seguridad.
Tiziano, 1550, la hace levantar la bandeja, pareciera que en su danza llevó la cabeza en las manos. Caravaggio la viste con el manto rojo del sacrificio, ella inclina la cabeza con repulsión, poseer un cadáver la deja insatisfecha. Artemisia Gentileschi, con su afición a los decapitados, la pinta con la actitud de quien recibe un regalo, lo mira con decepción y el verdugo ve su reacción horrorizada.
Hasta el siglo XIX Moreau la desnuda completamente, y Aubrey Beardsley la dibuja pervertida y agotada, ícono de la decadencia prematura. Salomé es un símbolo del deseo, de la fuerza femenina, de su capacidad de venganza, y la condena de la perpetua insatisfacción.
AQ