Ser sur | Por Irene Vallejo

El atlas de Pandora

Contra toda evidencia, los países poderosos, los que se perciben arriba, se empeñan en considerarse brújula de la realidad.

No existe un destino asociado a la geografía. (Ilustración: Román)
Ciudad de México /

En el horizonte se dibuja una isla desconocida. Algunos tripulantes desembarcan armados. Circe, la diosa de las bellas trenzas, los recibe con sonrisa amistosa y suculentos manjares. Pero, ay, tras unas copas de vino, rozándolos con su varita, los transforma en cerdos. Cuando Odiseo abandona el barco en su busca, Hermes le ofrece una planta mágica llamada moly, antídoto contra el hechizo porcino de Circe. Protegido por los poderes de la hierba, acepta la seducción de la maga, se acuesta con ella en un hermoso lecho y, con un convincente revolcón, logra que devuelva a los marinos sus gozosos cuerpos humanos —ya sin pezuñas ni solomillos.

Como en la Odisea, nuestro mundo sufre el maleficio de nuevas magas. A comienzos de siglo, ciertas élites financieras apodaron a los países del sur europeo —Portugal, Italia, Grecia y España— con un acrónimo de puerca arrogancia: los PIGS. El nombre llegaba adobado de los estereotipos habituales: los sureños indolentes, despreocupados, derrochadores, deudores y propensos a la corrupción. El conocido arsenal de prejuicios con los que se justificaban desmanes en tierras latinoamericanas o africanas.

El sur se ha convertido en categoría ideológica, más que cartográfica, el modo en que los centros de poder describen la periferia. En rigor, todas las posiciones son relativas: cada lugar es a la vez norte, sur, este y oeste, dependiendo de dónde se sitúe quien observa. Pero predomina el punto de vista septentrional, y hasta el lenguaje expresa preferencias: “perder el norte” es sinónimo de conductas erráticas y desvaríos. Ahí nace el tópico de ese sur que disfruta ventajas no ganadas —el sol, el clima, la exuberancia— y sufre penitencias merecidas —pobreza, emigración—. Sin embargo, en un planeta esférico no hay un arriba y un abajo, ni superioridad o inferioridad. Todos los puntos son iguales. No existe ninguna razón científica para ubicar el norte por encima del sur, más allá de la mirada de los exploradores europeos. La historia explica mejor que la geografía las coordenadas de nuestros prejuicios.

Milenios atrás, el norte carecía de protagonismo simbólico. Para Heródoto se trataba de un mundo inhóspito, tierra de hechicería: allí situaba a seres fabulosos con un solo ojo y grifos que vigilaban tesoros. En cambio, las ricas civilizaciones radicaban en el este, allá en el Creciente Fértil, Egipto e India, y el tópico decía: ex oriente lux. El geógrafo Estrabón afirmó que Irlanda estaba plagada de caníbales, y consideró que no valía la pena conquistar Britania, territorio mísero e inhabitable. Desde la óptica antigua, los galos eran salvajes; y los germanos, una belicosa periferia del Imperio Romano. No existe un destino asociado a la geografía. En distintas épocas, el mismo lugar puede ser vencedor y vencido, imperio y patio trasero, quebrado y más tarde próspero. Lo único que no cambia es la percepción de los países poderosos de turno, convencidos de ser, por siempre, brújula de la realidad.

El artista uruguayo Joaquín Torres García desafió en 1943 los preceptos cartográficos y mentales con su dibujo América invertida, donde la Patagonia apunta, como una cúspide, hacia arriba. Escribió: “Ahora le damos la vuelta al mapa, y así tenemos una idea verdadera de nuestra posición. El sur es nuestro norte”. Revolucionando el atlas, José Saramago imaginó en La balsa de piedra la Península Ibérica como isla flotante rumbo a Sudamérica. La rebelde Mafalda, ante el globo terráqueo, se preguntaba qué habrán hecho ciertos pobres sures para merecer ciertos nortes. No olvidemos que esos territorios vilipendiados inventaron el alfabeto, la democracia y las constituciones, la moneda, la historia, el teatro, la filosofía y la física, la ciudadanía y el derecho internacional, innumerables corrientes artísticas, el realismo mágico, una cierta sabiduría en el vivir. Para la escritora Adelaida García Morales, El sur era el lugar anhelado, la promesa de otro mundo posible. Frente a magas y agravios, necesitamos como Odiseo antídotos que desafíen los apodos de la piara. No hay esquinas en una esfera, ni existen en este planeta lugares “suralternos”: aún queda soñar y navegar rumbo al resurgir del sur.

AQ

  • Irene Vallejo
  • Irene Vallejo Moreu es filóloga y escritora española.​ Por su libro El infinito en un junco​ recibió el Premio Nacional de Ensayo 2020 y el Premio Aragón 2021.​ Publica su columna Los Atltas de Pandora.

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