Sergio Magaña, (1924-1990), dramaturgo que a los 27 años de edad asistió triunfante al estreno de su obra Los signos del zodiaco, en el Palacio de Bellas Artes, lidió después con la angustia y la rabia tras la intervención de sus textos por una nueva generación de directores.
Su teatro y el de la generación de los 50, impulsado por Salvador Novo y Celestino Gorostiza para “aspirar orgullosamente a merecer la universalidad por el hecho de ser mexicano, de tener una fisionomía, un carácter y un estilo propios”, luchó contra quienes rechazaban la dramaturgia literaria a favor de la puesta en escena y del director como autor pleno del espectáculo.
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Creador de un realismo alumbrado por personajes desesperanzados, Magaña dotó de humanidad y desmitificó a protagonistas de nuestra historia. En torno a su legado, más de 29 obras de teatro, cuento, novela, ensayo, música y canciones, el centenario de su natalicio reclama acciones en torno a la reglamentación del teatro que lleva su nombre, al análisis y la recuperación de su obra.
Luis de Tavira, Marta Luna y David Olguín reflexionan en torno a su figura.
Una respuesta a la amnesia histórica: Luis de Tavira
Sergio Magaña se propuso, siguiendo los planteamientos de Rodolfo Usigli, por una parte, y de Xavier Villaurrutia y Salvador Novo, por la otra, crear una dramaturgia propiamente mexicana y moderna, afirma el director Luis de Tavira. “En Los signos del zodiaco, Magaña se plantea un propósito enormemente ambicioso: superar el costumbrismo para fundarse en la poética del nuevo realismo preconizado por Usigli. Propone ejercicios de simultaneidad y convergencia de distintas trayectorias de los grupos sociales que viven en su diversidad, la claustrofobia de una urbe que se está convirtiendo en el monstruo que será. Sin embargo, no consigue escapar a la contraposición melodramática, pero es, sin duda, su obra de mayor aliento. No dejó de experimentar, e indagó por las rutas de un posible realismo mexicano, semejante al realismo norteamericano, un teatro capaz de responder a la amnesia histórica. Es también el autor que con mayor impulso recoge intuiciones y propósitos fundacionales, por un lado de Salvador Novo, y, por el otro, del planteamiento de las relaciones del teatro con la historia, en los presupuestos de Usigli”, dice Luis de Tavira, que destaca el intento de mayor escala hecho por Magaña, “como la que alcanzó su versión de El Rabinal Achí, Los enemigos, de aliento casi shakespeareano. Finalmente, semejante a Usigli, se exilió en la carrera diplomática, que lo alejó del agitado movimiento que se vivía en México, en el que se instauró la discusión entre autores y directores para establecer el concepto de puesta en escena. A su vuelta, será un dramaturgo al que le costará mucho trabajo incorporarse a esta nueva estética teatral. No deja de ser, por lo tanto, un dramaturgo literario capaz de mostrar lo mexicano en sus obras dramáticas e históricas”.
Marta Luna dirige Santísima y nace un nuevo teatro
La directora de montajes emblemáticos como Exiliados, de James Joyce, y PIC-NIC, de Fernando Arrabal, le dijo a Sergio Magaña: “Quisiera dirigir una obra suya”. Desde ese día, el dramaturgo comenzó a visitarla en su casa de San Cosme para leerle sus textos.
“Llegaba con su guitarra, se tomaba un traguito y me leía una obra y luego otra. Sus pastorelas eran divertidísimas y a todas les compuso música”, recuerda Marta Luna. “Yo me instalo en diablo o ángel, pero la gente tiene que reírse”, decía. “Cuando Sergio se enfermó, iba a su casa. Lo quise mucho”.
Al año de la muerte del dramaturgo, Luis Partida, que trabajaba con Marta Luna en la extinta Socicultur, vio un inmueble en el número 114 de la calle Sor Juana Inés de la Cruz, en Santa María La Ribera. La capilla, que en 1935 fue la Casa del Agrarista, en la década de 1980 el auditorio Roberto Amorós y, más tarde, el Teatro de la Confederación Nacional Campesina, decorado en su interior con ocho murales de Jorge Vicario Román realizados en 1936, “pertenecía a la Conasupo”, apunta Luis Partida.
Después de una complicada gestión para que el espacio se le otorgara en comodato a Socicultur —dice Partida, director general y manager and booking de la agencia de promoción artística y cultural que lleva su nombre—, “nuestros jefes estuvieron de acuerdo en que era necesario un recinto y Marta y yo armamos el proyecto del Teatro Sergio Magaña”.
“Él no me había leído Santísima, la historia de la gente de provincia que llega a la ciudad, donde un mal paso lleva a dar muchos más, pero el humor de Sergio hacía todo más exagerado”, recuerda Marta Luna, que contó en su elenco con Alma Muriel, Claudia Guzmán, Alfredo Sevilla y Óscar Narváez. “Me acuerdo de Alfredo Sevilla, un excelente actor. Su personaje trabajaba en un bar y estaba impresionante; era el poder andando, feroz, como un ogro. Me daba miedo. Hubo algunos conflictos porque quería usar a Santa como si fuera un animal y eso generó tensión. El libreto decía que el galán usaba un traje de torero. Y dijimos: ¿quién tiene las mejores nalgas? Ernesto Laguardia, fue la respuesta. Qué tan excéntrico era Sergio, que puso a un personaje vestido de torero en un burdel. A las audiciones llegó una playmate y no le costó ningún trabajo hacer la obra con corsé. Todo era muy erótico. Había dos niños del pueblo que siempre miraban hacia una puerta. ¿Qué ven?, les preguntaban. A las pechochas, decían”.
La obra de Magaña muestra cómo la sociedad saca provecho de la inocencia, hasta que Santa se vuelve una “comehombres” y se aprovecha de los demás, “por eso creo que le puso Santísima, con acento”, subraya Marta Luna. Se estrenó en 1991 en el nuevo Teatro Sergio Magaña. El primer programa de mano tenía la cara de Santa en una iglesia, como si fuera un cartel de feria, pero pidió un nuevo diseño y un alumno le entregó una glamorosa imagen que tenía “unas tetotas con alas que abajo decía: Santísima”.
Un hombre herido: David Olguín
Lo primero que hay que mencionar es que este autor nos deja —después de su aventura al entrar al Palacio de Bellas Artes, junto a Emilio Carballido— una historia que ha sido tratada de manera individual y una obra imprescindible para la historia de la dramaturgia, destaca David Olguín.
“Magaña es autor de dos grandes textos: Los signos del zodiaco y Moctezuma II. El primero es una aventura cuya estructura es todo un reto para la escena, una vuelta de tuerca al realismo de su tiempo, una forma de condensar un retrato social. Es un autor que, mirando hacia atrás, pone en el horizonte la herencia que ha dejado la dramaturgia nacional a las jóvenes generaciones”.
El director y dramaturgo de La belleza, dice que Sergio Magaña “debería haberse llamado Sergio Mañana. Ante todo, se le debe la construcción de un carácter diferente que le hablaba al México del presente y al del mañana. Estaba escribiendo para el futuro, no tanto en sus estructuras, pero sí en la dimensión de la fuerza dialógica, del drama y de la manera en que retrata un tema fundamental en la historia de nuestro país y del presente. Moctezuma II es una obra política que habla de una conjura, de un Estado que se tambalea y de un héroe trágico, prudente, tolerante, que mira la debacle de todo un pueblo y de una civilización con ojos humanistas. Los textos de este autor, que lo diferencian del resto de su generación, son los de un hombre herido, con una vena tragicómica y cuyo destino corroboró esa escritura dolorosa y poderosa”.
Aunque afirma que los primeros textos de Sergio Magaña son visionarios y contundentes, Olguín observa que su diálogo con las nuevas corrientes de la escena no son favorables hoy en día, pero todo cambia. “Magaña se agiganta con el paso de los años. Es sin duda el más intuitivo de su generación, el que impulsó de manera más feroz las posibilidades de eso que Pinter llama la herida habitada, y Lorca, la oscura raíz del grito”.
El estreno de Los enemigos, en 1989, fue un proyecto de la Compañía Nacional de Teatro, que buscó acercar el texto de Magaña a un proceso de montaje que implicaba un trabajo de dramaturgismo, comenta David Olguín.
“Es decir, una intervención sobre su texto. Creo que fue muy interesante lo que planteó esa puesta en escena desde su reflexión primera, a partir de esa reunión sobre la parte visual del montaje, encabezada por Alejandro Luna y Tolita Figueroa, con dirección de escena de Lorena Maza y el equipo de dramaturgia conformado por Luis de Tavira, Lorena Maza y un servidor. Hicimos un proyecto que tenía mucho sentido a partir del texto de Magaña y me parece que lo seguiría defendiendo de manera radical en cuanto a lo que implicaba en ese momento atreverse a hacer un dramaturgismo de esa naturaleza y lo que conllevaba el montaje en términos generales en cuanto a nuestra visión del pasado prehispánico y su diálogo con el presente.
“Los enemigos dio pie a un gran escándalo y habría que preguntarse si la mejor manera de hacerle un homenaje a Sergio Magaña es a través de esta obra, que sigo considerando una experiencia notable en términos de la investigación para la escena, y quizás un tanto desafortunada como homenaje para un autor nacional al final de sus días”.
Dice Olguín que, a finales de los años sesenta, Luis Reyes de la Maza escribió sobre los desafortunados montajes de El pequeño caso de Jorge Lívido, protagonizado por Manolo Fábregas, y de Moctezuma II, a cargo de Ignacio López Tarso. “Con el tiempo fui descubriendo la infausta relación que Sergio Magaña tuvo con la escena”.
Sobre Los motivos del lobo, que en la Olimpiada cultural de 1968 dirigió Juan José Gurrola, retoma Olguín, Luis Reyes de la Maza escribió: “mal dirigida, mal actuada, mal iluminada, mal vestida”. Dice que Magaña fue al estreno y describe que después se fue al bosque, “mínimo y lloroso”, lastimado, por supuesto. Me llama la atención ese Magaña mínimo, dice Olguín.
A este autor imprescindible, la década de 1980 le hace mayor justicia en su relación con la escena, refiere Olguín. “Se encuentra con Germán Castillo y se reponen Los signos del zodiaco; se estrenan Santísima, que va a dar España, y La última Diana, con lo que revive una pizca de su gloria.
“Algo que tiene que subsanarse de una manera inmediata es que la obra de Magaña —fruto también de la tragedia personal, conjura del origen del sentimiento de enorme desamparo que ha descrito Enrique Serna en un importante ensayo— se perdió en textos sueltos y canciones. Era un extraordinario músico. Sus partituras, si es que algo dejó, aunque sabemos que existen las de Rentas congeladas, están dispersas. Julián Robles ha hecho un enorme esfuerzo y libra una gran batalla por tratar de reunir sus materiales. Ojalá que se le apoye y su trabajo tenga frutos, y que ahora que se cumplen 100 años de Sergio Magaña podamos tener su obra reunida en la mayor medida de lo posible”.
ÁSS