Silvia Pinal nació en el puerto de Guaymas, Sonora, el 12 de septiembre de 1931. Próxima a cumplir 91 años, recibirá un magno homenaje “por su legado artístico y cultural a México” en el Palacio de Bellas Artes, donde estudió con grandes maestros. ¿Qué significa para usted este reconocimiento organizado por la Secretaría de Cultura? “Es algo muy importante, como una señal de adiós, aunque espero que el adiós todavía tarde”, me respondió, bromista, el pasado miércoles en una breve llamada telefónica para avisarle de la publicación de esta entrevista inédita, realizada el 27 de septiembre de 2014 en el Museo de Arte Moderno (MAM), por iniciativa de su entonces directora, Sylvia Navarrete. Le pregunté también si ha sido feliz: “Sí —me dijo—, he tenido momentos difíciles, pero sí he sido feliz”.
El siguiente es en realidad un fragmento de aquella larga y divertida charla en el MAM, en la que Silvia recordó su carrera, sus amores y, sobre todo, su experiencia con Luis Buñuel.
Ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes por Viridiana, protagonista de más de 80 películas, infatigable promotora del teatro musical en México y pionera de la televisión, donde ha mostrado todas sus facetas: actriz dramática, cómica, bailarina, cantante, Silvia Pinal es, qué duda cabe, la estrella más grande de México
En el cine
—Usted hace su debut en cine en 1949 en El pecado de Laura y un año después participa con Cantinflas en Puerta, joven y con Tin Tan en El rey del barrio. ¿Cómo fue trabajar con estos dos grandes comediantes mexicanos?
Con Cantinflas hice un papel pequeñito (una muchacha discapacitada), no era muy bueno, pero fue una gran oportunidad. Don Mario tenía la costumbre de escoger entre las chicas que empezábamos a la que más le veía cuerpo pa’chaleco… y así salimos muchas que le debemos el impulso en nuestras carreras. Don Mario era muy serio, aunque de repente soltaba un chiste que una decía: ¿me río o no me río? Era una gran persona. Me sirvió muchísimo hacer ese papel con él, porque luego comencé a hacer cosas más importantes; fue una gran ayuda.
—¿Y con Tin Tan?
Tin Tan era otra cosa, creo que es el mejor actor que hemos tenido, un actor completísimo, gran bailarín, gran cantante, cómico extraordinario, y una persona fabulosa. Yo hice una escena con él que me impresionó mucho (en El vizconde de Montecristo, de 1954). Se subía a una mesa y comenzaba a pelear con una espada en una mano y una pistola en la otra. Tenía una extraordinaria agilidad mental y de movimientos.
—Además, era muy besucón, según dicen.
Jajajaja. A mí no me tocó que me besara, pero era como chupón, tenía su boquita gorda, gorda… Era muy respetuoso y lo del chupón es un chiste, que conste.
—En Un extraño en la escalera (1955), alternó con Arturo de Córdova. ¿Cómo fue su experiencia con él?
Primero, era un actor extraordinario, con una voz fantástica. Con él viví algo muy bonito. Yo no tenía experiencia y él, con (José María) Linares-Rivas y don Andrés Soler, que ya eran grandes figuras, me arroparon. Aprendí muchas cosas con ellos.
—Otro de los actores con los que trabajó fue Pedro Infante.
Ese era otro boleto. Pedro era tan sencillo, tan inmensamente sencillo que yo al principio no sabía cómo tratarlo, era una figurotota. Su mamá, doña Cuquita, le llevaba la comida al set en una canasta, y yo era requerida. Me decía doña Cuquita: “Vente hija, vente a comer”. Y ahí nos sentábamos a entrarle a la taquiza, comíamos rico y nos reíamos mucho, fueron momentos muy significativos. Él y Tin Tan me enseñaron que se podía ser famoso y al mismo tiempo simpático y sencillo. Fue una suerte trabajar con ellos.
—En 1959 usted estelarizó, con Vittorio de Sica, Uomini e nobiluomini (Pan, amor y Silvia) dirigida por Giorgio Bianchi. En esa película, por cierto, también actuaba Elke Sommer.
Había vivido un tiempecito en Roma, ahí conocí a Elke. Ella no hablaba más que alemán, ya se imaginará nuestros diálogos. Yo champurreaba el italiano y medio me daba a entender, pero ella solo hablaba alemán y los técnicos me jalaban para que le explicara algo o la llevara a comer porque nadie le entendía.
Trabajar con De Sica fue una experiencia preciosa. Era simpático, un caballero, un galanazo, tenía tres mujeres el malvado. Fue un hombre que bebió y regaló felicidad. Era un gran actor, director, escritor, un personaje muy importante. Tuve la suerte de tratar bastante con él, hicimos la película y visitamos muchos lugares de Italia. Conocerlo fue algo fantástico.
—Después de divorciarse de Rafael Banquells, su primer esposo, se casó con Gustavo Alatriste, quien fue determinante para que usted filmara con Luis Buñuel.
A Buñuel yo lo busqué, lo perseguí hasta que logré que me hiciera caso. Le dije que quería hacer una película con él. Me respondió: “¿Pero, por qué? Yo no hago cine como el que usted hace, películas muy bonitas” —lo había llevado a ver Mis tres viudas alegres (1953).
Para mí fue un gran regalo trabajar con él, porque aparte de ser una gran persona, un hombre culto, que sabía y analizaba lo que hacía, como director era extraordinario. Yo lo perseguí, le dije que quería hacer una película con él, y en eso me animó mucho Ernesto Alonso, mi gran amigo, quien me lo presentó. Habíamos hecho una obra de teatro (La sed) y me decía: “Tienes que trabajar con Buñuel, tienes que trabajar con Buñuel”.
Así que Buñuel me preguntó por qué quería trabajar con él: “Ay, don Luis —le dije—, porque usted tiene un nombre, un prestigio, y a mí me ayudaría mucho trabajar con usted”, y pues sí, afortunadamente aceptó.
Gustavo se portó muy generoso, porque don Luis dijo: “Yo soy caro, cobro por el guion y por la dirección”. Gustavo le respondió: “No se preocupe, yo voy a hacer mis ahorros”. Y cuando lo volvimos a ver, llegó con un cheque del doble de lo que cobraba Buñuel, porque habíamos investigado y ya sabíamos cuánto cobraba. Cuando don Luis vio el cheque le dijo a Gustavo: “Está usted equivocado”. Él le contestó: “¡No me diga usted que es más!” Con eso se lo echó a la bolsa y fue su adoración, fue como un hijo adoptivo porque Gustavo le conseguía lo que don Luis pedía, lo que fuera. Así logramos hacer Viridiana (1961) y El ángel exterminador. Viridiana la filmamos en España, con Franco en el gobierno. Gustavo decía: “Yo no trabajo con ese señor ahí”, y don Luis le respondía: “Usted ni lo va a ver, qué le importa”. Lo convenció, comenzamos a filmar y, claro, el gobierno estaba ahí, encima de nosotros para ver qué hacíamos, pero don Luis era muy hábil, hizo unas escenas fantásticas, Franco las mandó pedir, las vio y nunca le cayó el veinte de lo que estaba haciendo don Luis, nunca, y, pues, pasaron y ahí está la película.
—La película, según se sabe, estuvo a punto de ser destruida por la censura franquista, y usted tuvo mucho que ver para salvarla.
Pues sí, era mi hija predilecta, la defendí y la saqué de España.
—¿Cómo lo hicieron?
Fue muy sencillo, imaginábamos cosas peores de lo que realmente pasó. Juan Luis Buñuel se había unido a nosotros y decía: “No van a poder sacar la película, Gustavo, los van a agarrar en la frontera, los van a meter presos”. Gustavo le dijo: “No va a pasar nada”. La película viajó escondida en una camioneta llena de capotes y espadas de torero, sin latas ni nada. Nadie se dio cuenta y así libramos a Viridiana del gobierno de Franco.
—¿Cómo fue la recepción en México?
Tardó muchos años en exhibirse, diez años para que dieran los permisos. Se había visto ya en Francia, en Alemania, con un éxito extraordinario, pero ni en España ni en México la pasaban, hasta que llegó un momento en que Gustavo habló con una señora que era directora de Cinematografía, no recuerdo su nombre ni sé cómo la convenció, pero ella dejó pasar la película. No tuvo mucho éxito porque era una película… de Buñuel, todo era con un doble sentido muy especial, pero pudo exhibirse.
—Después llegó El ángel exterminador, en 1962.
Don Luis quería hacer esa película en Inglaterra, en Londres. Era una película para hacerla allá, pero no pudimos, era imposible para nosotros por lo que costaba. Gustavo le dijo: “Don Luis, vamos a hacerla en México”. Lo convenció y así fue como hicimos la película aquí.
—Simón del desierto (1964) fue su último trabajo con Luis Buñuel.
Para mí es mi mejor película, la quiero mucho. El papel del diablo es una maravilla; era un diablo medio lelo, no era malo. Se va a la discoteca a bailar rocanrol. Cantaba y jugaba alrededor del santo (Claudio Brook), le sacaba la lengua y hacía de todo para hacerlo caer en tentación. Don Luis decía: “Es un diablo bastante bonito, muy simpático”.
—¿Por qué esa película no llegó a ser un largometraje? Dura 42 minutos.
La idea de don Luis era hacer tres cuentos. En aquel tiempo se usaban mucho las películas de tres episodios. Dijo: “Vamos a hacer tres episodios, uno en Italia, otro en Inglaterra y otro en México”. Para Italia hablamos con Fellini. Dijo que sí pero quería que entrara su esposa, Giulietta Masina, y no acepté. Don Luis me dijo: “No, japonesa —así me llamaba—, si usted quiere hacerla, hágala usted”. El chiste es que fuera una actriz con tres directores distintos, ese era mi sueño. Pero escogíamos puros directores que estaban casados y querían meter a sus esposas. No se pudo, pero me quedé con mi Simón del desierto.
—¿Cómo dirigía Buñuel?
Más que dirigir, platicaba con uno, con todos los actores, decía: “¿Tú qué piensas?, ¿cómo ves esto?” Recibía la opinión de todos, era magnánimo y aceptaba nuestra colaboración, y cuando algo no le gustaba, lo decía.
—A usted le ofrecieron irse a Hollywood y no quiso, ¿por qué?
Era muy difícil hacerlo, yo ya tenía un nombre en mi país, ya había hecho papeles estelares, cosas importantes, y de pronto me decían: nosotros la contratamos, la metemos a estudiar, le pagamos su escuela, sus estudios, su alimentación, su hospedaje, y al cabo del tiempo, cuando se reciba y comience a trabajar profesionalmente, nos paga todo el dinero que hemos invertido en usted. Además, el cine mexicano tenía buen cartel en todo el mundo y yo estaba metida en ese cartel. Entonces, no quise empezar de nuevo.
En el teatro, y con Diego
—Usted ha incursionado con éxito en todos los medios. En teatro, por ejemplo, hizo El cuadrante de Soledad, de José Revueltas, con escenografía de Diego Rivera. ¿Cómo fue su relación con él?
Muy buena… Yo estaba construyendo mi casa con un gran arquitecto (Manuel Rosen Morrison), que era admirador de Rivera. Un día me dijo: “Te quiero presentar con el maestro Diego, está aquí cerca, en Altavista. A lo mejor te pinta”. “Qué me va a pintar —le respondí—, y luego, cuánto me va a cobrar”.
Quién sabe qué le habrá dicho el arquitecto, pero el maestro me recibió muy afectuosamente y me dijo: “Por qué no la pinto…”. “Ay, maestro es que…”. Yo no sabía cómo decirle cuánto me va a cobrar. “Sí, ándele, la pinto”. Le pregunté al arquitecto como en cuánto me saldría la pintura y me dijo. “Que te pinte y luego, si le puedes pagar, bien, y si no, que se quedé con el cuadro”. Con esas condiciones… acepté. Entonces me comenzó a pintar, y fue un agasajo porque era muy mentiroso. ¡Inventaba unas historias, Dios mío!
—Además de actriz, usted ha sido empresaria y productora de obras como La señorita de Tacna, de Mario Vargas Llosa, con Margarita Gralia. ¿Cómo descubrió esta obra, por qué eligió a Margarita como protagonista?
Fue una cosa muy curiosa. Estaba en Buenos Aires y fui a comer a casa de una condesa que conocía a Vargas Llosa. En la comida me dijo: “Tú deberías hablar con Vargas Llosa porque tiene una obra que te iría muy bien, la están haciendo en este momento, ¿por qué no vas a verla?” Fui, la estaba protagonizando una actriz muy famosa, y pensé: “Qué papel tan precioso”. Me puse a platicar con la actriz y me comentó: “Si quieres, yo consigo que te reciba el autor para que le compres los derechos”. Él estaba en España y hablamos por teléfono, se portó muy amable conmigo, me dijo que pasara por el libreto a Perú, que él iba a avisar para que me lo dieran. Cuando comencé a buscar el reparto, encontré a Margarita Gralia. Era una belleza, le dije de qué se trataba la obra y que debía salir desnuda, y le encantó la idea.
En la televisión
—Otro de los medios en el que ha hecho historia es la televisión, lo mismo en teleteatros que en programas cómicos, telenovelas y series como Mujer, casos de la vida real. ¿Qué ha sido la televisión para usted?
Ha sido básica, soy pionera de la televisión. Nosotros comenzamos a trabajar en Televicentro, en el Estudio A, que era el único que existía, con Sergio Corona, con Silverio Pérez, con el maestro Juan García Esquivel en la orquesta. Empezamos haciendo programas en vivo, que a la gente le gustaban mucho. Bailábamos, cantábamos, contábamos chistes. El maestro Silverio Pérez cantaba con su mujer, hacíamos cosas que a la gente le encantaban. Tuvimos mucho éxito, y de ahí en adelante seguí haciendo televisión. Me gusta mucho.
Homenaje a Silvia Pinal en Bellas Artes
Conducido por Diana Bracho, el homenaje se llevará a cabo el 29 de agosto, a las 19:00 horas en la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes.Los boletos de acceso serán entregados a partir de las 17:45 horas con cupo limitado.
AQ