La Era de Bronce fue de grandes palacios, templos y ciudades; reyes memorables, ejércitos formidables, rutas marinas de intenso mercadeo y una suerte de “globalización” estable y en progreso; culturas abundantes en registros de escritura: leyes, cuentas comerciales, relatos de su grandeza y logros (minoicos y micénicos, egipcios, hititas, canaanitas, mitanni, asirios y babilonios). Y todo aquel universo colapsó en menos de 70 años. Entre el 1200 y el 1100 a. C., las ciudades fueron abandonadas, se perdió toda la escritura, la arquitectura y la ingeniería hidráulica; el mar quedó despoblado, salvo por aquellos que los registros llaman “Pueblos del mar”. Son los filisteos, los mismos bárbaros que traen como principal mercadería el miedo y el acero, ya en Egipto, en la Ilíada, o entre los pueblos de la Biblia.
Más allá de las causas naturales (un descenso en la temperatura terrestre que llevó a una sequía prolongada y varios terremotos), la civilización colapsó por guerras, invasiones y, hallazgo reciente, alzamientos populares. La ciudad canaanita de Hazor se creía asolada e incendiada por invasores hasta que varios arqueólogos descubrieron que sólo los palacios y el templo fueron destruidos por el fuego. ¿Hipótesis? Revuelta popular: los habitantes destruyeron los sitios del poder imperial como un pueblo que se libera de un poder invasor…
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Los estudios siguen en marcha y, a veces, avanzan con celeridad; otras, se ven obstaculizados por gobiernos rígidos, actividades militares o guerrilleras, o por fundamentalistas que insisten en borrar todo registro de otras civilizaciones. Pero se han dado pasos importantísimos, aunque la sospecha central de que la Era de Bronce cayera en su abismo final sigue siendo la misma desde hace casi un siglo: la interrupción, por discordias humanas, de la ruta y el comercio del estaño, proveniente de la zona de Afganistán.
El bronce es una aleación de cobre y estaño, se funde a 880 ºC y se vacía en moldes para producir herramientas, aperos, artejos y armas. Los ejércitos disciplinados y numerosos no hubieran sido posibles sin la producción en serie de armas muy útiles, pero que requerían reparación o sustitución constante: una espada de bronce, a diferencia del acero, no podía chocar repetidamente contra escudos u otra espada sin quedar inservible.
El bronce dio paso a una tecnología más eficaz, pero más demandante: el acero requiere temperaturas mucho más elevadas (1300 ºC) y hornos que tienen que ser excavados en la tierra y calentados durante mucho tiempo antes de ser útiles. No puede ser vaciado en moldes y requiere de un maestro herrero que sepa plegar, golpear, templar y forjar. Los griegos lo sabían: Hefesto, que vive y trabaja en las entrañas de la tierra, es un dios tecnológico cuyo poderío no proviene de fuerzas naturales, sino de un oficio y conocimiento.
Pero también lo sabían los judíos: “Y en toda la tierra de Israel no se hallaba herrero; porque los filisteos habían dicho: Para que los hebreos no hagan espada o lanza. Por lo cual todos los de Israel tenían que descender a los filisteos para afilar cada uno la reja de su arado, su azadón, su hacha o su hoz. Y el precio era un pim por las rejas de arado y por los azadones, y la tercera parte de un siclo por afilar las hachas y por componer las aguijadas. Así aconteció que en el día de la batalla no se halló espada ni lanza en mano de ninguno del pueblo que estaba con Saúl y con Jonatán, excepto Saúl y Jonatán, su hijo, que las tenían” (Samuel 13, 19-22).
Pasaron 32 siglos antes de que pudiéramos interpretar, gracias a arqueólogos como Eric Cline y su 1177 a. C. El año en que la civilización se derrumbó, algunas cosas dichas con claridad desde el principio: podría bastar con que un material de uso común se agote para que la civilización colapse.
La tecnología del petróleo y derivados es casi la colágena del movimiento mundial y, hace unas semanas, nos dio un susto. ¿Y si se volviera de pronto inviable el abasto? ¿Podríamos imaginar nuestra vida si, de pronto, desaparecieran los plásticos? Creemos odiarlos y estamos a punto de destruir ecosistemas enteros por acumularlos, pero ni remotamente estamos cerca de poder prescindir de ellos. No es difícil imaginar que llegara el punto en que algunas regiones y algunos mares tuvieran que prohibir absolutamente su presencia, pero no hay tecnología alternativa en la escala que se requiere. ¿Los filisteos de la nueva era podrían, por ejemplo, comerciar con grafeno?
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