“La suave patria” de Ramón López Velarde es, aunque casi nunca lo advirtamos, el poema crítico del patrioterismo, cuya autosuficiencia siempre acaba justificando la afectación, el odio, las balandronadas y la violencia.
Desde esta perspectiva, el texto que el próximo 24 de abril cumplirá una centuria no es sólo un poema hermoso. Es, a pesar de su rapidez ideal y su apariencia hecha de sugestivas imágenes en cadena y no obstante su homenaje recóndito al poder sintético del gongorismo y a la música de la idea rubendariana —entrelazadas con gracejo coloquial, endecasílabos ligeros y muchas consonancias atrevidas (las rimas monorrimas)—, una visión profundamente inconforme, contestataria, rebelde. El poema tomó distancia de la poesía en retirada del simbolismo marmóreo y olímpico, pero también se apartó del elogio literario a los líderes empoderados de la Revolución Mexicana.
Con una efectividad verbal difícil de describir, el poeta jerezano transformó la suavidad en el duro método de una severa crítica literaria y social y puso en duda, de un golpe, los “versos de cáscara” y el engaño y la violencia revolucionarias, llevadas a cabo en nombre de la justicia sin ley. Y no es que López Velarde estuviera en contra del cambio social. Como sabemos muy bien, no lo estaba. Apoyó la transformación social siguiendo a Madero, a quien admiraba y había conocido en persona y a quien después justificó, defendiéndolo, en sus prosas tan originales. Pero no compartía el gusto por la destrucción ni la exaltación de los héroes falsos, que en la práctica eran bribones o criminales. López Velarde no era un contrarrevolucionario —como gustan decir los sectarios—, pero sí era un crítico de la Revolución.
Así, pues, “la épica sordina”, pronunciada de manera “impecable y diamantina”, rechazó en su momento el mito glorioso de “la bola”, de las bandas de ladrones con causa, del pueblo “bueno” con derecho a linchar y del discurso vicioso y mortal de “los de abajo y los de arriba”; y mostró que la Patria era lo contrario al fandango feroz e, inevitablemente, íntima e imaginaria, un “volver a una patria lejana”, un “volver a una patria olvidada”, como diría algunos años más tarde Xavier Villaurrutia, desarrollando el sentido profundo de una visión de la realidad y de la poesía.
De esta suerte, el poema suave, simple, lleno de particularismo local nos ofrece en su insólito lenguaje cifrado, a veces barroco y a veces —aunque no se vea en la primera lectura— simultaneísta, el significado opuesto: la resistencia crítica, el rigor complejo sin concesiones y la universalidad que sólo habita lo auténtico singular y subjetivo. En una conversación con Enrique Fernández Ledesma, López Velarde quizá anunció, altivo y sin saberlo, lo que sería su composición inolvidable: “He de escribir un poema tan simple (...) que los desconcertará (...). Nunca sabrán que en ese poema no les dejé ver sino lo que yo quise que vieran”.
AQ