¿Te acuerdas de Nicaragua?

Crónica

Pisar el suelo nicaragüense después del triunfo de los sandinistas del 19 de julio de 1979 era la emoción incontenible de presenciar un nuevo territorio de libertad abierto al futuro de América Latina.

Victoria del Frente Sandinista el 19 de julio de 1979. (Archivo)
Carlos Martínez Assad
Ciudad de México /

Por aquellos tiempos Sergio Ramírez escribió aludiendo a las pintas en los muros de Managua: “…la revolución no es pendeja, ni el pueblo que la hizo con tanto humor, con tanta alegría, con tanto valor y tanto sacrificio”. El profesor universitario que lo conoció, escribió sus impresiones de lo que por allá vio.

Pisar el suelo nicaragüense después del triunfo de los sandinistas del 19 de julio de 1979, era la emoción incontenible de presenciar un nuevo territorio de libertad abierto al futuro de América Latina. Recordar ese tiempo es pensar en la esperanza, en el optimismo y sentir la solidaridad, el renacer en cada nuevo proyecto de nuestro maltrecho continente.

El aeropuerto de Managua recibía entonces a los visitantes con un gran letrero, enmarcado en los colores nacionales de azul y rojo: "Bienvenidos a Nicaragua Libre". Las banderas sandinistas en rojo y negro en los comités sociales de cada barrio, anunciaban el comienzo de algo nuevo.

La sociedad del futuro parecía emerger de las ruinas de la antigua ciudad destruida por el terremoto de septiembre de 1972. Como paradoja del somocismo que se resistía a morir solo quedaban en pie los edificios del Bank of America y del Hotel Internacional, desde donde los periodistas habían seguido el asedio al búnker, último refugio del dictador.

Entonces el Frente Sandinista de Liberación Nacional tenía que responder a las demandas sociales pendientes desde la época que quedaba atrás; había una alta concentración de la tierra en pocas manos, la desocupación se veía en la calle y los salarios había sufrido un fuerte deterioro. Por ello entre las prioridades del nuevo gobierno destacaba el reparto agrario, la creación de fuentes de empleo y la preparación técnica de los trabajadores y campesinos. Se pretendía, asimismo, el congelamiento de los precios de la mayoría de los productos básicos y de los alquileres, así como también de los servicios de agua, luz y transporte.

La inversión extranjera no llegaba a la caída del dictador a los 100 millones de dólares, la desconfianza a su régimen había sido una de las principales trabas. No obstante, los desequilibrios económicos, era posible encontrar algunos de los alimentos que escaseaban. Los excedentes de producción de granos y carne contribuyeron a la estabilidad y el consenso político de los primeros dos años. La lucha era entonces contra los exguardias somocistas, lo cual permitía la visualización clara de los enemigos del proceso, lo cual se complicaría con la aparición de los contra que, con el tiempo lograron atraer a los campesinos y en general a un sector de la población no ligado directamente con el antiguo régimen.

Al año siguiente de la Revolución, el optimismo se traducía en numerosos planes: socializar los sectores importantes de la producción, reforzar los lazos con otros países centroamericanos, crear empresas mixtas con el fin de no desalentar la inversión privada de los empresarios que, por oponerse a Somoza, apoyaron la insurrección sandinista; desarrollar el plan de autoconstrucción de vivienda para obreros y campesinos, otorgando a los comités de barrio la posibilidad de decidir la prioridad en las dotaciones.

La televisión transmitía el mensaje: “Levantemos la producción. Aplastemos la contrarrevolución”. El noticiario del FSLN anunciaba el descubrimiento de fosas comunes con treinta y hasta con cuatrocientos muertos. Y eso que nunca se sabrá cuantos fueron ofrendados al dios de la guerra y de la represión por el cráter del activo volcán de Masaya, según platicaba la gente. También se informaba que la manifestación de tres mil manifestantes por el lío camionero en Concepción obedecía a la concesión hecha a un exguardia somocista. Por la televisión aparecía Daniel Ortega en un mitin para luego dar paso al programa mexicano El Chavo del 8; decían que el primero aprovechaba la popularidad del comediante mexicano.

En una reunión, un responsable de información del ejército exponía su visión del proceso revolucionario y del papel que le correspondería. En un discurso bien organizado, seguramente después de repetirlo ante los extranjeros que visitaban el país haciendo las más ingenuas e inverosímiles preguntas, calificaba su institución de ética y moral, consciente de que la lucha sería en el frente externo y no en el interno. Sin dar cifras, afirmaba que los miembros activos del ejército eran los necesarios. Al responder a una pregunta sobre la participación de las mujeres, terminaba: “En el ejército no hay dos sexos, sino un conjunto de combatientes”.

En el teatro Rubén Darío hacía su aparición Jaime Wheelock para inaugurar el 4o. Congreso Centroamericano de Sociología con un encendido discurso sobre la línea de masas. “Las clases populares —decía— debían dar al FSLN la línea y no imponerla éste desde arriba”.

Managua parecía repleta de carteles sobre la campaña alfabetizadora y con consignas revolucionarias: ¡La madre Nicaragua apoya nuestra lucha! /No al golpe de estado militar, sí a la insurrección popular/ Alto a la represión.

Por la noche, en una sala cinematográfica se exhibían seis cortometrajes de Ramiro Lacayo del Instituto Nicaragüense de Cine de la Dirección Nacional del FSLN. En el primero, un viejo de filiación sandinista contaba su historia personal contrastada con la que estaba en marcha en el país. El tiempo se amplía sin ruptura, al mostrar que la tradición de lucha es permanente y el riesgo alto pero hay que afrontarlo. Los bombardeos rompen el silencio, mientras mujeres, hombres y niños salen angustiados de sus escondites; los ojos expresan pánico y rabia en su tragedia sin tiempo. Pese a conocer su posición de mortal el hombre prefiere arriesgarlo todo, morir primero para vivir después, esa es la esperanza al dejar atrás los lamentos y el odio.

El tránsito no puede ser a la desesperanza del momento sufrido, se desplaza hacia la obtención de lo imposible, de lo irrealizable; de aquello que, con el empeño y la lucha, puede alcanzarse con los dientes apretados y los labios resecos y crispados cansados de lamentos y de gritos de odio, siempre de odio. Alguien decía: “Es el clamor de venganza por la impotencia salvada por el calor de los vientres hinchados de las mujeres que expulsarán hijos combatientes, con flores rojas entre las manos. Rojas porque es el color de las heridas”.

Mientras tanto la muchedumbre se agolpa, grita ante la presencia de los comandantes Tomás Borge, Humberto Ortega, Bayardo Arce y Dora María Téllez; la muchedumbre llora recordando a los que se fueron, ríe al encuentro de los que regresaron a la ciudad liberada. La sociedad se mueve, se siente la vida y la edificación de un futuro en marcha. El discurso sandinista alcanza coherencia al criticar el esquematismo marxista en la práctica manteniendo lazos estrechos entre la vanguardia y las clases, pero sin imponer nunca los dictados para la acción. La Revolución en Nicaragua es, ante todo sandinista, lo cual quiere decir también nacionalista y antimperialista.

En un mitin por la tarde, más de diez mil alfabetizadores se reunieron en el preámbulo de la celebración del segundo aniversario el 19 de julio. Pancartas y consignas con los colores del sandinismo y una gran gráfica para mostrar los logros de la campaña alfabetizadora, asesorada por especialistas cubanos. La plaza central no resulta tan grande, decía Cardenal, como para albergar a todos los asistentes. Sandino, con su sombrero mexicano, presenciaba la fiesta en un gran cuadro en las alturas de la catedral en ruinas.

A solamente 50 kilómetros de Managua, del otro lado del lago y después de más de dos horas de camino, en Pocora, por el rumbo de San Francisco el carnicero, estaba uno de los puestos de alfabetización. Atendido por adolescentes que se habían adecuado a las condiciones de vida de los campesinos, en ocasiones con las medidas higiénicas más elementales.

La campaña alfabetizadora fue el producto de una honda reflexión y un gran ingenio para mantener la acción. La campaña traería, sin duda, varias cuestiones importantes. Por lo pronto el objetivo sería alfabetizar en un lapso breve, lo cual significa también crear conciencia de la Revolución entre los campesinos e integrar a los nicaragüenses de las zonas más inhóspitas y alejadas, corno la Costa Atlántica. Los alfabetizadores, provenientes de diferentes clases sociales, saldrían de la campaña más conocedores de la situación real de su país, se interesarían más por la solución de sus problemas y políticamente contribuirían a formar los nuevos cuadros que nutrirían los organismos revolucionarios.

En la ciudad de León destaca su gran catedral dominando el paisaje urbano. Los edificios de su entorno están carcomidos por la intensa lluvia de balas de uno de los encuentros más decisivos entre los sandinistas y los somocistas. La destrucción dejó como testigos bardas caídas y fierros retorcidos enmohecidos por la humedad y por la hierba que crece incansable. Los niños y los viejos, más visibles que en Managua, caminan con tranquilidad, sin el azoro con el que sus ojos expresaron el temor al escuchar el ruido de los aviones que los bombardeaban apenas hace algunos meses. Caminan y pasan de lado frente a las ruinas, a la estela de la muerte, con la tentación del porvenir.

A una concentración por la tarde asistirían personas de todas las edades, tomando como punto de referencia una antigua iglesia enmarcada por banderas rojinegras del sandinismo combinadas con las blanquiazules de Nicaragua. Durante la marcha se detienen los promontorios pintados con los mismos colores, coronados por una cruz con veladoras rodeadas de flores; es el recuerdo ofrecido a los seres queridos que cayeron en la lucha libertaria. En Plaza 19 de julio, recordando el principio de la insurrección, se concentró medio millón de personas, un octavo de la población del país.

Todo eso quedó atrás en solo 40 años, un pueblo en medio del verdor de los valles centroamericanos, con volcanes vivos, misteriosos lagos y quizás el recuerdo del momento que se conoció como de la esperanza. En la última imagen, un niño entregó al profesor una hoja volante con un poema de Julio Cortázar con dos estrofas que recuerdan aquella utopía:

“La vista desde el aire, ésta es Managua

de pie entre ruinas, bella en sus baldíos,

pobre como las armas combatientes,

rica como la sangre de sus hijos.

Ya ves, viajero, está su puerta abierta,

todo el país es una inmensa casa.

No, no te equivocaste de aeropuerto:

entra no más, estás en Nicaragua”.

AQ

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