Carlos Martínez Assad: identidad y exilio

Entrevista

Libaneses. Hechos e imaginario de los inmigrantes en México narra la historia de esta comunidad desde su llegada a Veracruz hasta su incursión en la política.

Carlos Martínez Assad, historiador. (Foto: www.dgcs.unam.mx)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

“Todo lo que he escrito es algo que se va madurando en el tiempo, en la cabeza, y se alimenta de las experiencias y el material que puedo reunir y, claro, tiene momentos fundamentales”, dice Carlos Martínez Assad. El investigador de la UNAM se ha ocupado del Medio Oriente y su diáspora desde hace más de 25 años y en estos días dio a conocer Libaneses. Hechos e imaginario de los inmigrantes en México, libro en el que indaga sobre la identidad de un exilio que se remonta al último cuarto del siglo XIX durante el dominio del Imperio Otomano. “Qué sucedió con la identidad, con las identidades que se conformaron en el exilio. En la propuesta del libro lo más novedoso es eso, los inmigrantes que conformaron su identidad ya en el exilio”.

Cualquier historia de cualquier familia es una novela apasionante, dice Amin Maalouf, y aunque el libro no pretende ser biográfico, contiene algunas claves, entre estas, la historia del primer personaje de la familia Assad que llegó a México hacia finales del siglo XIX, Daoud Assad. “Era sacerdote y fue enviado por el patriarca maronita de Antioquía para ver cómo se estaba llevando el rito de la feligresía maronita en México”, cuenta Martínez Assad. “Siempre escuché hablar de él en la familia. Del Padre Daoud, he detectado a dos hermanos, uno en Guadalajara y otro en Monterrey. Luego llega mi abuelo, en 1903. Sé bien dónde están y cuáles son los vínculos de una familia cuyos orígenes en México datan de hace más de 100 años. No sé si es una carga o un beneficio, pero siempre he estado cercano y tratando de jalar las madejas de las diferentes historias de la familia que me conformó”.

¿Cómo se integra la comunidad libanesa en México? “La religión es fundamental, una religiosidad que se remonta a los siglos VIII y X, entre las cruzadas. Es lo que define a esos cristianos maronitas que, ante la expansión del islam se refugian en montañas y aldeas de las que luego van a ser originarias muchas de las familias que componen la diáspora. El hecho mismo de una religión cristiana será fundamental para que los mexicanos sientan a los libaneses menos distantes que otros grupos de exiliados. En la parte de cómo se van dando los vínculos, los matrimonios endogámicos juegan un papel importante lo mismo que el comercio. Esa profesión, heredada del pueblo fenicio, les permite crear vínculos. Los que llegan recurren a los que ya están aquí con un negocio establecido y así se forman las redes de contacto en distintas ciudades, de manera que a los libaneses de Tampico, Nuevo León o Veracruz les resulta natural conocerse entre sí. La solidaridad es uno de los grandes rasgos de esta comunidad de inmigrantes”.

El libro de Martínez Assad es un extraordinario compendio de historias, imágenes de archivos fotográficos y datos duros que dan cuenta de una investigación profunda. “Mi incursión en el Archivo General de la Nación es de un periodo bastante largo, lo mismo la revisión de los archivos franceses para consignar la relación de los libaneses protegidos por Francia en México. También la lectura exhaustiva de la revista Al-Gurbal y mi interés por la obra de Amin Maloouf que ha sido una clave importante para hablar de las identidades. Tuve acceso también al censo más conocido de la comunidad, el de Julián Nasr y Salim Abud, de 1948, y al de Patricia Jacobs integrado por libaneses que han destacado en México. Entre todo esto, no fue una sorpresa encontrar que la Babel de los años 20 y 30 en México fue La Merced, a donde llegaban todo tipo de migrantes, no solo libaneses. De ahí surgieron muchos de los grandes nombres que conocemos y los negocios que pudieron realizar. El libro da a conocer por primera vez la gran cantidad de figuras de origen libanés en cargos políticos de importancia: legisladores, gobernadores, presidentes municipales, en una tradición que rompe con la de otras colectividades. Negib Simón, por ejemplo, fue diputado por Yucatán entre 1934 y 1937. Es la primera generación en México. Está el caso del Coronel Sabines, padre del poeta Jaime Sabines, que participó en la Revolución Mexicana. Esos vínculos con la política se dan de una manera muy singular y son un indicador de la capacidad de integración que tuvo el grupo”.

Capítulo aparte merecen las aportaciones culturales de los libaneses en el cine, la literatura, la música, el teatro. “Una de las figuras centrales que enlaza el cine y la literatura es Antonio Helu, hijo del fundador de Al-Jawater, la primera revista de los inmigrantes en México. Fue cercano a José Vasconcelos, al entonces estudiante Adolfo López Mateos y a gente del cine como Juan Bustillo Oro. Desde luego la filmografía está llena de productores, directores y artistas muy reconocidos, entre estos, Mauricio Garcés, el único rival en cartelera que tiene Pedro Infante”.

Figuras como Héctor Azar, Carlos Jiménez Mabarak, Bárbara Jacobs, Rose Mary Salum, Susana Harp o Astrid Hadad confirman la vasta presencia de la comunidad libanesa en diversos espacios de la vida en México, su integración y asimilación. No en balde, el escritor Mauricio Magdaleno la considera “una de las más nobles colonias de este país”.

¿Cómo construye su identidad la inmigración libanesa de cara a la dualidad árabe-libanés? “Hay una percepción de su territorio que va adquiriendo diferentes matices según la época. El término árabe no era la forma como se autodesignaban los primeros inmigrantes. Había una distinción entre maronitas y musulmanes. Lo musulmán era equivalente de árabe, así que no les iba bien que los identificaran como árabes. Fue al establecerse la Liga de las Naciones Árabes, cuando comienza a mencionarse al Líbano como un país árabe y sí, se les suele llamar árabes a los libaneses. Yo insisto que en términos de precisión deberíamos llamarles libaneses. Si además queremos contar una historia como la que cuento donde están los maronitas, los melquitas y los ortodoxos, todos como parte de la cristiandad del Medio Oriente, sí hay una diferencia con el grupo de los musulmanes. Ojalá estas confusiones pudieran dirimirse y rescatar la riqueza de la presencia de los libaneses en México como un grupo de gran singularidad reconocido por los valores y virtudes de las que hemos hablado”.

AQ

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